viernes, 12 de diciembre de 2008

Típico trabajo de oficina

Siempre esa duda. Siempre esa idea que solo queda en la simple idea. Siempre esa curiosidad de sentir más allá de la fantasía. Y si hay algo más hermoso que cumplir una fantasía es desear que vuelva a pasar.



No puedo creer que me haya llamado. No voy a encontrar a otra persona como a Hernán. No hay otro que debajo del traje tenga un cuerpo tan sensual y atrayente como el suyo. Y con solo pensarlo, las sensaciones recorren mi cuerpo y se detienen en el lugar que el tanto deseaba de mi cuerpo.
Hace tres años empecé a realizar una pasantía en administración de empresas. Un banco de pleno centro porteño pedía estudiantes universitarios. Sin nada que perder me presente a la antevista. Fue una excelente noticia que me seleccionaran. Toda mi familia estaba muy contenta. La persona que había realizado la primera entrevista no era con quién yo iba a trabajar, pertenecía a recursos humanos y se encargaba de realizar las entrevistas laborales. Me llamó un lunes para informarme que el martes a la mañana (si podía) tendría un encuentro con el que sería mi jefe. Sin pensarlo respondí que si, que iba a estar ahí.
Me considero una mujer linda. Siempre atraje a los hombres a mi manera. Nunca me había atraído un hombre a tal punto de volverme loca. Toda mi adolescencia y principio de mi vida adulta dominé las situaciones amorosas (por llamarlo de algún modo) a mi antojo. Y si hay algo que atrae a los hombres más que mi cuerpo son mis ojos: son de un color verde muy intenso. Siempre llamaron la atención. Mi pelo castaño claro sumado a mis ojos resaltan mi rostro. Además siempre me gustó tener el cuerpo en forma. Si tengo un defecto son mis pechos: no eran (y no son) muy grandes, pero siempre mi figura fue muy delgada. Al llegar a mi cintura, las curvas de mi cuerpo estilizaban una cola muy firme. Mis piernas seguían la forma y tamaño de mis glúteos a la perfección. Mis piernas eran largas y suaves. Siempre pensé que estaba mal usar el cuerpo de una para conseguir algo, pero son las reglas del juego, un juego que justamente, no hay reglas, solo deseos.
Sabía que la presencia era fundamental para la entrevista. Mi pelo estaba atado con un elegante peinado ejecutivo (como no podía ser de otra manera), mis ojos seguían tan verdes como siempre y pinté mis labios de un rojo muy delicado. Me puse un corpiño blanco que ayudara a aparentar mayor busto. Elegí una colaless muy delicada, de un color rosa. No sabía porque estaba pensando hasta en la ropa interior, pero siempre fui así y no podía evitarlo. Arriba tenía una camisa blanca que casi no transparentaba nada. Dude un rato largo sobre que ponerme abajo. Una pollera marcaría mis piernas, pero un pantalón de vestir iba a resaltar mi cola. Me decidí por el pantalón de vestir: todo negro. Marcaba mi figura a tal punto de no ser ni demasiado exuberante pero con una cantidad importante de sensualidad. Unos zapatos negros terminaron de vestirme para la entrevista con mi futuro jefe.
Mi vestimenta fue muy vista de camino hacia el banco. Muchos hombres me miraron con esos deseos morbosos que le gritan a una por la calla con total falta de respeto. Pero esos comentarios me daban la convicción de que yo estaba muy linda.
Alguien me atendió y me hizo pasar a la oficina de mi nuevo jefe. Entre pero no había nadie. A los cinco minutos de esperar me senté.
––¿Señorita Evelyn? ––dijo una voz grabe, que denotaba presencia al ser escuchada. Giré la cabeza con cierto temor al mismo tiempo que me ponía de pie. No creo en el amor a primera vista, pero si creo en la pasión a primera vista. Nuestras miradas chocaron con furia y por primera vez en mi vida no pude sostener la mirada de un hombre. Me sentí dominada, sus ojos me sometieron a su antojo. Solo esquive ese hechizo mirando hacia otro lado. Tenía los ojos marrones, tan simples como eso. Pero no era el color de sus ojos lo que me dominó de esa manera, fue su profundidad. Sentía que me miraba más allá de mi piel.
––Si, soy yo ––dije con un calor que lo sentía en las mejillas y descendía por todo mi cuerpo. Me sentí una ingenua.
––¿Cómo estás? ––me dijo con una sonrisa amable. Se notaba que le gustaba tomar sol por el bronceado de su rostro. Era alto (una cabeza y media más alto que yo) tenía una espalda bastante pronunciada. El traje le quedaba simplemente perfecto. Tenía el pelo oscuro, un tanto largo para un ejecutivo.
––Bien… ––fue lo único que pude decir. Me hizo tomar asiento y me empezó a preguntar acerca de mis estudios. Traté de ser directa, madura y cortés. Pero cuanto más hablaba parecía más ingenua. Me preguntó si quería café y vacilé un instante para decirle que no.
Cuando salí de la oficina, al terminar la reunión, me sentía la mujer más estúpida de Buenos Aires. Pensé que por haber hablado como nena idiota, aquél hombre se habría divertido de jugar conmigo. Me sentía así: una nena.
Pero el viernes de esa misma semana sonó el teléfono de casa. Estaba estudiando cuando escuché su voz del otro lado.
––¿ Hablo con la señorita Evelyn? ––dijo con esa cortesía que me provocó un suspiro.
––Si… ––respondí tontamente. El mismo hechizo, pero esta vez ni siquiera me estaba mirando.
El trabajo era mío. Pero ya no me importaba el trabajo. Ese hombre era perfecto. No había otra descripción. Mis amigas no me creían lo que les contaba. Prometí que en cuanto se presentara la oportunidad le sacaría una foto. El sábado a la noche salimos a bailar con un grupo de amigos y realmente esta muy excitada. Entre esos amigos había uno con el que cada tanto tenía relaciones. Era un chico muy dulce, pero poco dominante; era lo mejor para mi. Le dije que quería sexo oral y se ofreció encantado (encantado de hechizo). No sé cuanto tiempo estuvo jugando con mi clítoris y mis labios, pero en todo ese tiempo pensé en mi jefe. No había empezado a trabajar y ya estaba fantaseando con él.

Hacía un año que trabajaba para Hernán. El primer día se disculpo por no haberme dicho su nombre. Descubrí que Hernán era el deseo de varias de las que trabajaban en el banco, por no decir todas. Pero nadie le conocía una aventura con alguna empleada. Teníamos una relación excelente. Yo trabajaba para él con una libertad tal, que parecíamos amigos. El siempre con su cortesía que no sabía si era seducción o su forma de ser, pero que yo estaba encantada de que él fuese así. Jugábamos a que el era mi jefe y yo su asistente. Conocíamos las reglas del juego: los únicos intereses que yo mostraba eran los intereses laborales, él era el que rompía ese esquema invitándome a desayunar o contando algún chiste. Hasta que un día paso esa línea donde los hechos no tienen vuelta atrás.
––¿Tenés novio, Evelyn? ––me preguntó mientras yo mordía una medialuna. Fu el peor momento para preguntármelo. Por poco y armo un papelón con esa medialuna.
––No, señor Fraut ––le respondí tratando de recuperarme.
––Hernán… Te lo dije mil veces. Y menos me digas señor, sabés que lo detesto.
––Perdón. Es que no me acostumbro… usted es mi jefe en realidad.
––¿Y…? no me gustan los formalismos. Por algo te digo Evelyn y por algo desayuno con mi asistente en la oficina.
––Bueno… es que no me acostumbre.
––Es más, tengamos una charla informal. Para romper con los moldes. Empezá vos: preguntame lo que quieras.
––Eh… ¿Edad?
––38.
––¡En serio! Parece mucho menos.
––Si. Te dejo una más.
––Bueno. Eh… ¿casado…?
––Para nada. Me toca a mí. Tu edad ya la se. Casada se que no estas. Pero novio no sé. Me imagino que si.
––Se imagina mal.
––No puede ser. Necesitas un novio urgente. No me mal interpretes.
Quería algo. Pero parecía tan lejano. Desde que había empezado a trabajar con Hernán, todas las veces que había tenido relaciones sexuales había estado pensando en él. Me imaginaba su cuerpo sobre el mío, me imaginaba su boca en mi piel, sus manos moldeándome a su antojo.
Contaré solo la primera vez que estuve con Hernán:
Un día como todos me llamó a su oficina y fui de inmediato. Sin preámbulos me lo dijo:
––Evelyn, ¿que tenés que hacer esta noche? ––Me quedé con los abiertos. En seguida traté de recuperar mi mirada habitual para que el no se diera cuenta de mi asombro. Tarde.
––Nada… ¿por…? ––Pregunta obligada.
––Hay una cena hoy en un hotel acá en capital. Es algo de fin de año. Pensé que por ahí querías venir. La pregunta que tanto había soñado salió de su boca y me recorrió todo el cuerpo.
––Claro. Me encantaría.

El vestido negro cubría mi cuerpo que, desde la tarde en la que Hernán me invitó a cenar, solo estuvo pensando en él. Busqué la prenda interior más sensual que tuviera: pensé en el rojo, pero el blanco me pareció lo más adecuado. El vestido me quedaba apretado por lo que la ropa interior debía ser muy pequeña como para que no se notase en el vestido. Fui a comprar una especialmente para la ocasión. Era blanca y muy fina. Solo una tirita unía los lados de mi cuerpo. Un pequeño triángulo era lo que tapaba mi cola. ¿Quién pensaba en tapar? La parte de adelante era tan pequeña que parte de mis labios se notaban. El día anterior me había depilado completamente lo que resultó excelente para la ocasión. El vestido era suelto por la espalda y ponían en evidencia la falta de corpiño.
La cena fue de lo más esperada. Cuando Hernán se despidió de algunos amigos, se acercó a mí y me dijo muy de cerca:
––Sería una pena que esta noche termine solo en una cena. Tengo muchas ganas de llevarte a mi departamento.
Siempre fue directo. Yo no podía hablar. Lo único que pude decir fue un si que sonó más a gemido que otra cosa.
Su chofer nos dejó en el departamento. Durante el viaje Hernán habló con total naturalidad. Pero cuando la puerta de su departamento se cerró, me acorraló y me dio un beso con toda pasión. Me apretó más contra la puerta y sentí que su cuerpo gritaba por el mío. Enrosqué mis brazos en su cuello y respondí a sus labios con igual intensidad. Sus manos no aguantaron ni un instante más el deseo de tocarme y recorrieron el misterioso mundo que se escondía detrás de mi vestido. Pero sus manos eran sabias exploradoras: me acarició el muslo izquierdo con su mano derecha y fue subiendo lentamente. Como si hubiese sabido las formas de mi prenda interior, saltó levemente la tirita que unía la parte de atrás y de adelante para apoderarse de mi cintura. Su mano seguía con su movimiento ascendente y yo solo podía besarlo más y más. Agradecí no tener corpiño cuando sus dedos recorrieron la forma de mi seno izquierdo. La palma de su mano se detuve exactamente en mi pezón y agarró todo mi seno con la presión justa para provocar mi descarga de placer. Sin sacar su mano, repitió el mismo movimiento con la otra mano y agarró mis senos al mismo tiempo. Su boca dejo mis labios para descender hasta mi cuello. Alejó la mano derecha para dirigirla (sin dejar de tocar mi piel) hasta mi cola. Tocó con delicadeza mi pequeña ropa interior y me agarró los glúteos con ambas manos. No había sentido el recorrido de la otra mano, que me agarró por sorpresa y me hicieron soltar un pequeño gemido. Me levantó de un tirón y mis piernas se entrecruzaron en su cintura. Sin dejar de besarme me llevó hasta la enorme cama. Me apoyo con una suavidad que me excitó más que antes y suspiré por semejante sensación. Le saqué la camisa con impaciencia y bese su pecho. El estaba arriba mío, dominándome como siempre lo hizo. Se puso en un costado de mi cuerpo y su mano se deslizó sin titubeos hasta mi vientre. Sus dedos disfrutaban de mi piel. Deslizándose por la tela de mi ropa interior se fue acercando a mi boca sin que yo me hubiese dado cuenta. Estaba con los ojos cerrados disfrutando de sus caricias cuando sentí sus labios sobre los míos. Fue un beso hermoso, suave y dulce. De repente detuvo el tiempo.
––Siempre pensé en este momento ––me dijo con la misma mirada con la que nos conocimos.
––Yo también ––respondí como pude.
La palma de su mano agarró toda mi vagina. Estaba húmeda y caliente. Sus dedos se movieron levemente sabiendo lo que provocaban. Sacó su mano y se dispuso a sacar mi vestido. En un instante solo tenía mi pequeña prenda interior cubriendo mi desnudez. Su boca recorrió mis senos que estaban tiesos. Gemía sin parar, sabiendo que lo mejor estaba por venir. Dándome tiernos besos fue descendiendo hasta llegar a lo más deseado. Con ayuda de sus manos me despojó del pequeño pedazo de tela. Lo dejo en un costado y me dio besos de lo más tiernos en el pubis. Yo solo pude entregarme a sus deseos. No quería cerrar los ojos, quería verlo, quería ver como me sometía a su voluntad. Mis piernas de apoco se fueron abriendo, como los pétalos de una flor. Sus labios encontraron mi clítoris con una suavidad incontenible. Pero sabía hasta donde ir. Subió de la misma manera en la que había descendido y me besó con ternura. Giró levemente su cuerpo para que yo me pusiera arriba de él: me estaba dando mi momento de control.
Lo besé en el cuello, en los hombros, en los pectorales, en su abdomen que estaba levemente marcado. Su cuerpo era la manifestación física del deseo. El cinturón desapareció y el botón del pantalón no opuso resistencia. El cierre descendió despacio, y le saqué los pantalones sin más preámbulos. Tenía un boxer negro que denotaban un bulto hermoso. Mi boca no resistió la tentación y empezó a besar su bulto que estaba cubierto por el boxer que mis manos empezaban a sacar. Su miembro estaba erecto y caliente. Para mi deleite, Hernán tenía todo el cuerpo depilado, que hacían resaltar su miembro. Le di unos cuantos besos tiernos y recorrí su glande con mi lengua. Sin dejar de tocar su piel con mis labios, introduje su miembro en mi boca. Sin sacarlo, subía y bajaba con lentitud. Empecé a acelerar el ritmo de mis movimientos cuando me tomó del cabello con una de sus manos y empezó a marcar el ritmo de mis movimientos. Incontables veces había pensado con ese momento. Quería todo de él. Quería llevarlo hasta el final. Mis movimientos eran rápidos, metiendo su miembro casi en su totalidad en mi boca.
––¡Para! ––dijo al fin. Obedecí––. Si seguís voy a terminar.
––Es lo que quiero ––le dije con mi mejor mirada de pervertida. Sonrió y entendí que podía hacer lo que quisiera.
Apoyé mis manos en la cama y me dispuse meter su miembro en mi boca. Estaba caliente. Lo metí en mi boca (sin ayuda de mis manos) y empecé con los movimientos de felación. Aceleré los movimientos. Escuchaba los suspiros de Hernán. Su miembro estaba tenso. Aceleré más mis movimientos y Hernán empezó a sentir el clímax. Sentí sus contracciones y detuve mis movimientos cuando descendía, quedando la mayor parte de su miembro dentro de mi boca. Sentí su eyaculación dentro de mí y me llenó de placer. Disfrute de sus fluidos calientes. Empecé de vuelta con los movimientos mientras Hernán continuaba eyaculando. Los líquidos empezaron a caer de mi boca y descendían por el miembro de Hernán, quién suspira de placer. Continué con los movimientos hasta que él me detuvo. Tragué el semen que quedaba en mi boca y miré a Hernán que estaba con los ojos cerrados, tratando de recuperarse.
Hernán se levantó de golpe y me agarró por detrás. Yo esperaba un momento de calma que iba a llegar después de otra tormenta. Me besó el cuello y descendió por mi espalda. Me puso en cuatro patas y sentí como los labios y la lengua de Hernán, recorrían mi vagina. Esa posición siempre me provocó mucho placer. Hernán quería recuperarse, y no encontró mejor manera que hacer tiempo jugando con mi cuerpo. Nunca supe cuanto tiempo pasó, pero en un momento sentí el miembro de Hernán en mi cuerpo. Me tomó de las caderas y empecé a disfrutar su embestida. La primera penetración siempre es especial; esa fue la mejor. Mis piernas se aflojaron. Mi cuerpo parecía derrumbarse. Un gemido me obligó a respirar mientras el miembro de Hernán continuaba con su movimiento permanente hacia mis adentros. Me penetró en su máxima capacidad y se quedó quieto por un instante. Después salió escasos centímetros para no detener los movimientos de penetración hasta el final. Tuve tres orgasmos que fueron los mejores en mi vida. Nadie me hizo el amor con tanta pasión como Hernán. Mi tercer orgasmo fue al mismo tiempo que el suyo. Fue lo más intenso unirnos en semejante placer. Me derrumbe en la cama y él sobre mi espalda.
Podría decir que me desmayé. La noche fue perfecta y la mañana fue aún mejor. Desperté en la misma posición que la que me había quedado dormida. Sentí los besos de Hernán en mi cuello. Me dio un beso suave mientras me acariciaba la espalda. Hicimos el amor nuevamente antes que nuestro encuentro terminara. Pero esta vez lo hicimos cara a cara. La mañana terminó siendo mejor que la noche.
Los encuentros con Hernán continuaron. Nunca mostramos nada en público, ni en la oficina ni cerca de otros ojos que no fueran los nuestros. Hernán era (creo que todavía es) un caballero. Por un año estuvimos juntos. La crisis financiera golpeó el país con la onda expansiva que venía de lejos. El banco quebró y Hernán se fue a trabajar a una compañía financiera en Francia donde tenía contactos.
No pensé en volver a verlo hasta hoy, cuando me llamó al mediodía y me mostró que era el mismo de siempre. Cuando atendí el teléfono dijo:
––¿Hablo con la señorita Evelyn?



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