viernes, 28 de agosto de 2009

La otra mirada




<<¿Dónde se me habrá metido la idea?>>, pensaba Martín. Quizá el doctor Remand en alguna sesión. Si, recordaba aquella frase que el doctor le había dicho, escondido detrás de sus anteojos y su libreta de anotaciones: <> vaga excusa, estúpido recurso para justificar los pensamientos más ocultos.

Martín se bajó en Pasteur y caminó hasta el departamento de Lucas. Cuando el portero eléctrico no daba respuestas, Martín pudo ver a Lucas en la esquina.

––Menos mal que era a las nueve, eh ––dijo Martín, enojado porque en el departamento de Lucas no había nadie.

––Les mandé un mensaje a todos diciendo que el entrenamiento se había demorado y que vinieran más tarde ––se excusó Lucas.

––Ah. Pasa que se quedó sin batería mi celular.

––Qué raro…

Los dos rieron.

––Feliz cumpleaños ––dijo por fin Martín.

––Gracias, che.

––Veintidós, ya… Qué cosa ––dijo Martín mientras Lucas habría la puerta del departamento––. Pensar que hace una par de años estábamos en el colegio

––En realidad fueron dos pares de años ––contestó Lucas, burlándose de la nostalgia de su amigo.

El ascensor los llevó hasta el octavo piso.

––¿Tus viejos? ––preguntó Martín, sorprendido de no ver a nadie en el departamento.

––No están. Mi viejo tenía que arreglar unos negocios en Estados Unidos. Yo le dije a mi mama que fuera con él. Que aprovechen.

––Pero es tu cumpleaños…

––¿Y? Cundo vuelven festejo con ellos. Aparte sabés lo que pienso de los cumpleaños.

––Si. Ya lo sé.

––Che ––dijo Lucas sacándose la remera––, me voy a bañar.

––Lo necesitás ––dijo Martín.

––Urgentemente.

Le gustaba ese olor. Sólo había tenido otras dos oportunidades de sentir ese olor. Olor moralmente desagradable, pero el cuerpo no entiende de moral. Otra excusa. Le gustaba verlo sin remera. Se notaba los años de natación de Lucas.

Y estar solo no era lo mejor. La televisión no distraía a Martín. <> ¿Y por qué no? El tiempo había pasado. <<¿Y qué tiene que ver el tiempo?>>, pensaba Martín cada vez mas perdido en sus pensamientos.

El timbre sonó y Martín bajó sin dudar. Le pareció que el ascensor tardaba demasiado. José estaba en la puerta. Sonrió al ver que Martín sonreía del otro lado del vidrio.

––¡Cómo estás, querido! ––gritó José cuando la puerta se abrió.

––Hace cuanto que no te veo…

––Y… ––dijo José mirando hacia arriba como si arriba estuviese el recuerdo––. Hace un año.

––¡Un año! Cómo se va la vida.

––De año en año ––respondió José––. Qué vieja que estás, che. Tenés veintiuno recién. A los treinta mejor ni me imagino.

Se rieron. A Martín le costó un poco más. Subieron por el ascensor hablando de sus vidas.

––Estás flaco ––dijo José mirando a Martín.

––Estoy saliendo a correr. Aparte de ir al gimnasio.

––Mira vos. Yo no hago nada. Soy un asco.

Los dos rieron. A Martín le costó menos.

Entraron al departamento. Lucas estaba envuelto en un toallón en la cintura.

––Hablando de lomo… ––dijo José.

Lucas sonrió.

––¿Qué hacés, insoportable? ––dijo Lucas.

––Bien. Podrido de verte ––respondió José, entre risas.

––¿Se ven seguido? ––preguntó Martín un poco afligido.

––Más o menos ––respondió Lucas.

––Ah ––dijo Martín, secamente.

––Y vos no estás nunca, “ah” ––dijo José, que entendía los gestos de su amigo.

––La facultad… Me absorbe.

––¿Más que tu novia? ––preguntó José.

––Mi novia… ––dijo Martín como para si mismo––. Nos separamos hace un tiempo.

––¡En serio! ––dijo Lucas, exclamativo, casi gritando.

––Si. Ya estábamos mal. Lo mejor era dejar todo ahí.

––Qué mal ––Dijo Lucas.

––Qué bien ––dijo José.

Hablaron de Noelia. Ni José ni Lucas habían llegado a conocerla bien. Los comentarios acerca de Noelia se terminaron cuando el toallón de Lucas se desenroscó de su cintura. José y Martín miraron ––irremediablemente–– y descubrieron el boxer blanco de Lucas.

––Vos siempre poniéndote en bolas en cualquier lugar, che ––protestó José.

––Qué tiene de malo ––protestó Lucas.

––Encima todo depilado.

––Oh… ahí vamos otra vez.

Martín miraba divertido.

––No. Esta vez no vamos a ningún lado ––dijo José.

––¿Se puede saber a dónde van? ––preguntó Martín intrigado.

Lucas se rió muy tentado.

––Josecito tiene un pequeño gran complejo con los hombres depilados.

––No es complejo ––dijo José––. No me gustan. Y listo.

––No le veo el problema ––dijo Martín.

––Vos porque sos lampiño ––dijo José––. ¿Te acordás como te gastábamos en el colegio porque pensábamos que te depilabas?

Los tres rieron.

––Cómo me enojaba ––dijo Martín––. Pero volviendo al tema: no le veo nada malo.

––¡Bueno! ––dijo José––. A mi no me gusta.

Lucas y Martín rieron.

Le gustaba el color. La idea. Le gustaba saber que Noelia y José tenían la misma la idea. Se divertida con esa idea. La destrucción de los folículos, la guerra entre la estética y la biología. Se reía divertido. Miraba como el vaquero entraba en las piernas de Lucas. Como los botones se abrochaban en su cintura. Lugar prohibido. Ojos pervertidos. Y mirar hacia arriba y ver los ojos de Lucas mirándolo, lo miraban como signo de pregunta (¿o exclamación?); mala exclamación <<¡Qué mirás!>> Refugiarse en la televisión, en los chistes de Benny Hill en la tele. Ahora la duda, la intriga, el autoreproche, y la intriga otra vez.

El departamento poco a poco se pobló. Mucha gente, pocos conocidos. Martín se sorprendió al saber que sólo José y él eran los únicos amigos de la secundaria que Lucas tenía. Gente nueva. Amigos de la facultad, del club, natación. Y sentirse un intruso, un desconocido. Pero si yo…

Sólo escuchaba. Una especie de ronda donde todos estaban ahí, sentados en los sillones. En el medio la mesa, arriba las botellas de alcohol. Una botella de coca. Dos vasos con coca: el de Martín y el de Lucas. José un poco eufórico. Todos entendían, se divertían con él. <>, pensó Martín divertido, mirando a su amigo haciendo chistes y cosas del estado.

Martín volvía a servirse coca cuando José lo interrumpió.

––Pero dejáte de hinchar, vos. Mirá, acá tenés fernet.

––Sabés que no tomo alcohol, Josecito querido.

––Ah. Andá, sano. Te pareces al musculoso este ––dijo José.

Todos rieron.

Madruga eterna (como todas las madrugadas). Octavo piso. La gente hablaba. Contaba sus anécdotas. Martín se aburría. ¿Octavo piso? Y el balcón perfecto. Abajo Corrientes. Se veía tan bien la avenida desde ahí arriba, pero sabiendo que ahí abajo seguía el infierno. Martín se levantó despacio. Muchos ojos lo siguieron hasta que su dinámica se detuvo en la baranda del balcón.

Martín miraba distraído hacia abajo. Le gustaba estar así. Lucas apareció de golpe y se apoyó al costado. Adentro seguían las anécdotas, las risas, el valor en ascenso de alcoholemia.

––Es genial ––dijo Lucas.

––¿José? ––preguntó Martín––. Si, es un genio.

Lucas rió. Martín no entendía por qué.

––Me refería a la vista que hay desde acá.

––Ah… ––dijo Martín, sintiéndose un idiota–– Si, es perfecta.

––Cada tanto vengo. Cuando lo necesito.

––Debe ayudar mucho.

––Toda una terapia ––dijo Lucas mirando la noche––. ¿Así que te peleaste con Noelia?

––No me peleé en realidad. Nos separamos.

––Entiendo.

––Tenemos ideas muy diferentes.

––Como por ejemplo…

––Siento que estar con una sola persona no tiene sentido, es privarse de la comunicación.

––¿Comunicación?

––Claro. El ser humano no sólo se comunica a través de las palabras, sino también a través de la expresión corporal. Si uno se somete a una sola persona va a someterse a una falta de comunicación.

––Vos y tus teorías ––dijo Lucas con una sonrisa––. Pero igual estoy de acuerdo. Por eso nunca tuve novia, soy libre de hacer lo que quiero.

––Por eso ––dijo Martín enérgico––, es estúpido estar con una persona. Mirá a los animales, qué poco problema que se hacen.

Lucas rió. Martín hizo una mueca.

––Bueno ––dijo Lucas–– ahora estás libre…

––Si. Pero quiero saber lo que quiero. Es decir, no quiero caer en un frenesí sin sentido; libertad a razón de ser.

––Entiendo.

––Quiero pensar en lo que valga la pena ––dijo Martín––, lo que el cuerpo sienta quiero dejarlo fluir.

José seguía siendo el centro. Las horas pasaron. Nadie notaba la ausencia de los que estaban en el balcón. Las cuatro de la mañana.

––¡Lucas, me voy! ––dijo una voz femenina desde adentro.

––Ahora vengo ––dijo Lucas––. Voy a saludar.

––Bueno. Igual creo que es hora de que yo también me vaya.

––No ––dijo Lucas secamente––. Quedáte.

Y los ojos engañan. En realidad su percepción lo engañaba; los ojos de Lucas no escondían nada, sus palabras no exclamaban nada. Pero quería pensar que era todo lo contrario. Le hacía bien.

De apoco las visitas se fueron. En un instante Martín, José y Lucas estaban solos otra vez.

Martín y Lucas juntaron las botellas y platos vacíos. José estaba dormido en el sillón.

––No sé como describirlo ––dijo Lucas––. Está durmiendo borracho o borracho se quedó dormido.

––Respuesta “b” ––dijo Martín––. Alta mama se pegó.

––Si. Siempre hace lo mismo ––dijo Lucas riendo––. Es terrible.

Todo estaba ordenado como antes. Martín preguntó qué hacer con José y Lucas hizo un gesto despreocupado para que lo dejase así como estaba.

––Che, quedate a dormir ––dijo Lucas mientras limpiaban la mesa.

––¿Seguro?

––Sí. Es tarde para volver.

Y era incómodo pensarlo. Pero sus palabras lo condenaban.

––Tengo una duda ––dijo Lucas tirando los restos de comida chatarra en las bolsas que irían a parar al camión de la basura mientras Martín esperaba la pregunta impaciente en la mesada de la cocina–– ¿Qué tanto dejarías fluir lo que tu cuerpo siente?

––No entiendo ––dijo Martín sorprendido, mirando a Lucas que ya se había parado otra vez y lo miraba a los ojos.

––Claro… ––dijo Lucas acercándose–– Si mi cuerpo siente que quiere hacer esto…

Y sus labios chocaron contra los suyos. Todas las dudas gritaron al mismo tiempo. Pero Martín no era de los que se apartaban, golpeaba al agresor moral y se iban para no volver. Dejó que Lucas terminara la frase después de terminar el beso.

––…Digo que es mi cuerpo el que se deja fluir, pero en realidad lo siento yo ––dijo Lucas un poco más lejos del contacto de los labios––. ¿Dejarías fluir tu cuerpo por algo así…?

Martín sonrió, por los nervios, por una mezcla de sentimientos que pensaba, que quería pensar, que quería expresar pero los límites del bien y el mal se mezclaron entre sí, chocaron con fuerza y se fusionaron en una sensación pegajosa que no era el estado neutral de la sumatoria de fuerzas de lo bueno y lo malo, era más bien como un letargo, pero con total claridad.

Lucas esperaba impaciente del otro lado. El silencio era molesto. Pero quería esperar que Martín dijese algo. Pero martín no respondió. Sus palabras eran silencio. Sonrió como si hubiese descubierto la respuesta que tanto buscaba. Rompió la inercia con energía. Apurado besó a Lucas. No quería pensar, quería sentir; ironías del bien y el mal.

Y ya estaba del otro lado. Donde la inercia es la necesidad de querer ser uno mismo y no el lamento de los prejuicios. Las bocas que ya se conocían como viejas amantes. Las manos eran torpes entre tanta oscuridad de los ojos cerrados.

––Tantos años… ––dijo Lucas.

Martín sonrió. Sus labios habían perdido las palabras, lo cual mejor. Lucas lo empujó levemente y martín entendió que quería ir a la habitación. Se dejó llevar, despacio, atravesando el living donde José dormía. Se miraron y se sonrieron mutuamente. Y la trasgresión resultaba ser mejor de lo que pensaban. La puerta de la habitación se cerró, quedaron a oscuras en la habitación, sólo entraba la luz de la calle por la ventana. Y era el límite que Martín tanto conocía.

Los ojos cerrados, la oscuridad rodeándolos, la luz que entraba desde afuera dibujaba sus cuerpos de otra manera; una especie de surrealismo que era perfecto para los ojos. Martín cayó de espaldas sobre la cama, Lucas cayó más despacio, como disfrutando de la caída. Su boca acaricio el cuello de Martín. Empezó la otra caída: ese delirio horizontal donde el contacto de la piel es tan perfecto. Los labios que se detenían en la cintura, el espacio de piel expuesta entre la remera y el pantalón. Las manos que agarraban los glúteos, los gemidos que parecían acordes del placer. Martín se arrodillaba y Lucas que le sacaba la remera como si hubiesen estudiado la coreografía. Nuevamente el descenso, pero esta vez con toda la espalda expuesta. Los escalofríos que irisaban la piel, las manos que desabrochaban el cinturón y los botones del Jean. De un tirón Martín quedó despojado de su pantalón y su ropa interior. Sus glúteos expuestos, ahora entregados al contacto de las manos de Lucas. Martín volvió a caer sobre la cama. Lucas acercó su boca a la cintura de Martín: los gemidos a lo lejos, la piel tan cerca. La boca de Lucas caía sobre los glúteos, recorrían la forma redondeada que Lucas tanto admiraba. Sus manos acompañaron sus labios. Pero eran movimientos diferentes que se complementaban el uno al otro. Las manos de Lucas que separaban levemente los glúteos de Martín, su boca que sentía la otra piel: la prohibida. Y los gemidos se hacían más intensos, la noche tan ajena y perfecta para los dos.

Martín sintió los dedos de Lucas abrirse paso entre sus glúteos. No podía controlar sus gemidos, no quería controlarse, no quería ser otro, sino, su fantasía más oculta. El placer le cerraba los ojos, lo hacía gemir; se mordía los labios como conteniendo el grito porque así era mejor: tenerlo adentro del cuerpo hasta no aguantar más, hasta que Lucas hiciera más presión y descargar el placer descontrolado.

Lucas que alejaba sus dedos despacio. Acercó su boca a la de Martín y lo beso con ternura, como diciendo algo pero sin palabras, porque no hacía falta decir nada. Lucas apoyó su cuerpo sobre la espalda de Martín. Se miraron un instante y se sonrieron. Martín sintió como Lucas lo penetraba, como se abría paso hacia su fantasía. Lucas fue despacio pero constante hasta llegar al límite de la piel. Cuando se detuvo Martín suspiró. Su boca estaba abierta y sus ojos cerrados. Lucas lo besó en la mejilla.

––¿Cómo estás? ––preguntó Lucas.

Martín sonrió pero no contesto. Porque no hacían falta las palabras, porque con una sonrisa y un beso ya estaba todo dicho.

Lucas empezó a moverse despacio. Martín gemía en silencio. Lucas aumentó la intensidad, lo penetraba más fuerte, marcando cada movimiento. Martín mordía la almohada para no gritar. Se sentía como nunca antes se había sentido. Le gustaba la sensación; el dolor y el placer en el mismo suspiro. Le gustaba sentir la piel de Lucas en sus glúteos, le gustaba sentirse penetrado.

Lucas se detuvo un momento y besó a Martín en el cuello.

––¿Te duele? ––preguntó Lucas cuando Martín lo miró como si hubiese vuelto de un lugar muy lejano.

––No ––contestó agitado––. Todo lo contrario.

Lucas sonrió y besó a Martín en la boca mientras empezaba los movimientos otra vez. Martín suspiró durante el beso y después no pudo hacer más nada porque Lucas aceleraba sus movimientos, lo agarraba con las manos de la cintura y lo penetraba con más fuerza, escuchaba su agitación mientras el se perdía en gemidos contra la almohada. Todo parecía eterno y a la vez como el último momento, como si después no existiese otra cosa. Lucas sintió su orgasmo dentro de Martín, sintió como sus fluidos recorrían su cuerpo hasta el de Martín, que disminuía su agitación a medida que Lucas detenía sus movimientos. Después todo fue silencio, todo estático, ni siquiera un pensamiento, ni el bien o el mal, sólo el silencio.

Lucas se acostó sobre Martín. Lo besó en el cuello y de apoco empezó a retirarse.

––No ––dijo Martín––. Quedate un poco más.

––Bueno ––dijo Lucas, y lo volvió a besar.

Sintieron como el proceso se desvanecía, como la sangre se alejaba, como todo volvía a ser como antes aunque ya nada era como antes. Por fin sus cuerpos se separaron. Martín sintió el dolor detrás del placer. Pero le gustaba estar así.

––¿Cómo estás? ––preguntó Lucas.

––Bien ––dijo Martín girando y mirándolo a los ojos––. Mejor que nunca.

Lucas sonrió y Martín lo besó.

––¿Era la primera vez que…? ––preguntó Lucas.

––Sí ––respondió Martín, sin vergüenza, porque la vergüenza había quedado en el living o en la cocina, pero lejos de él––. Aunque ya tenía algo de experiencia.

––Me di cuenta… ––dijo Lucas.

De apoco el sueño les ganó y las palabras se perdieron.

El sol del mediodía los despertó. Se sonrieron al verse. Sus ojos estaban tímidos, y se reían el uno del otro. Pero ninguno se atrevió a hablar. Se cambiaron despacio y fueron a la cocina. En el living José dormía como hacía tantas horas.

––¿Y ahora qué? ––preguntó Lucas agarrando de la mano a Martín cuando se sentaron en la mesa de la cocina a desayunar.

––¿Y antes qué? ––respondió Martín con una sonrisa.

Lucas se acercó despacio y Martín lo esperó. Pero era un beso sin intenciones, era un sentimiento y una duda detrás del sentimiento. Pero era mejor así, porque al igual que antes, ahora no había un qué.

Cuando terminaron el café con leche, viendo el resumen de la semifinal de la Liga de campeones de la UEFA, José apareció con su peor cara pero el mismo humor de siempre.

––Welcome to live word ––dijo Lucas.

––Qué lindo que es volver ––dijo José––. Qué hacés, Martincito… qué alegría verte.

––Igualmente ––dijo Martín sonriendo.

––¿Así que te quedaste a dormir? ––preguntó José sirviéndose café de la cafetera.

––Sí ––dijo Martín mirando a Lucas––. Era tarde para volver. Aparte, no había trenes…

––Claro ––dijo José––. Yo por eso me quedo a dormir acá con Aquaman.

Los tres rieron.

––Che ––dijo José––, espero que ahora vengas más seguido con nosotros, vos.

––Sí ––dijo Martín––. Obvio que voy a venir.

Y Lucas lo miraba y le respondía en silencio. Porque no hacían falta las palabras.