La noche me envuelve en su silencio.
La oscuridad esconde mi vergüenza por estar así:
con el alma desnuda frente a tu pasión.
Las paredes tranquilizan mi pudor.
Tus besos y tus caricias desatan la furia de mi cuerpo,
la sed de mi piel, los deseos de mi mente.
Me penetras y me gusta. Deseo que sigas así.
Nuestra respiración es una sola.
No sé si estoy pensando,
no sé si vos sentís lo mismo que yo
––tu boca y tus ojos me dicen que si––
no sé si esto es amor o solo placer,
no sé si está empezando a amanecer.
Y, al igual que la tormenta de nuestros cuerpos,
te vas.
Tu cuerpo se esconde en un montón de tela sin sentido.
No quiero que te vayas, pero sé que es necesario.
Te beso por última vez.
Todo es tan lejano:
el día que está por llegar, el mañana, el futuro.
Mientras me acuesto en la cama
––que siente tu ausencia al igual que yo––
pienso en la necesidad de mi cuerpo,
que ahora quiere tenerte cerca, pero sin deseos y sin pasiones;
solo tu cuerpo cerca del mío,
quizás tus brazos cubriéndome en esa inútil defensa contra nadie.
Mis ojos se cierran ––como antes––, pero ahora solo van a dormir.
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