miércoles, 25 de febrero de 2009

La casa (experimento)

Antes de ir al relato es necesaria una aclaración. En esta historia hay dos personajes, un hombre -quien cuenta la historia- y un segundo personaje al que el lector le dará forma. No tiene género (lo que literalmente muy difícil), si tiene edad, que ayuda a la fantasía. Pero lo importantes es la respuesta del que lee, como ve a este personaje que puede ser lo que el lector quiera.
Me gustaría recibir opiniones, buenas, malas, críticas, acuerdos, desacuerdos... todo lo que te haya generado esta historia.

Espero que te guste.



*************

Era la casa de mis sueños. Había comprado el terreno en un barrio de Buenos Aires, lejos de la ciudad pero no tanto. Hacía diez años que trabajaba de arquitecto y ese momento en que la casa por fin quedó terminada fue un momento único.
La mudanza fue rápida. La casa parecía vacía con los pocos muebles que tenía (antes vivía en un departamento), por lo que aproveché esos días para comprar muebles y rellenar la casa. Los días pasaron y la novedad pasó a ser costumbre; era un vecino más.
Lo único que me faltaba era compañía. A mis treinta y siete años ya detestaba las relaciones formales, pero la contra era la soledad. Cada tanto conocía a alguien, pero siempre eran cuestiones superfluas, de una noche, ni siquiera llegaban al amanecer.
Era Diciembre. El calor no se iba. El reloj se había estancado en las siete y trece. En el piso superior había echo un pequeño patio donde me sentaba a respirar un poco (cuando se podía). No sé porque se me ocurrió mirar hacia la casa de al lado. El largo de mi casa llegaba hasta la segunda casa de la esquina. Antes la había mirado: era de un solo piso, con un patio grande atrás. Nunca había visto a nadie en esa casa. Esa tarde cuando miré me llevé la sorpresa: estaba entrando, apenas pude ver su cintura, su bombachita blanca en unos glúteos perfectos, las piernas largas. Me gustó su cuerpo, esa imagen instantánea, apenas un instante en que vi una parte de su cuerpo. Después no volvió a salir. Su imagen quedó en mi mente. Pero los días pasaban y el patio de atrás de la casa vecina estaba vacío.
La corriente empezó a faltar en muchos barrios de Buenos Aires por exceso de consumo y por el calor que se hacía insoportable. Los días no bajaban de treinta grados, encima sin aire acondicionado ni ventilador. Los vecinos salían a la vereda a tomar un poco de aire porque dentro de las casas era imposible estar. Fue ahí cuando sin pensarlo subí al patio de atrás y miré hacia la casa vecina. Ahí estaba. Tomando sol, solo con una bombachita de color rosa. Era joven, diecisiete años o menos.
Me molesto haber reaccionado tan impulsivamente. Apenas me asomé me miró desde abajo. Sus ojos se sorprendieron, como si yo hubiese descubierto un secreto o algo así. Nos miramos y yo sonreí. Sabía que tenía que decir algo.
––Hola ––dije levantando mi mano derecha.
––Hola ––respondió con timidez, como si quisiera salir corriendo, escapar del intruso de la casa de al lado.
––Una pregunta. ¿Ustedes tienen luz? ––pregunté lo que primero se me vino a la mente, disimulando que su cuerpo casi desnudo ahí abajo era algo normal o de todos los días.
––Si ––respondió con una sonrisa.
––¿Si? ––pregunté sorprendido.
––Si, si. Hubo todo el día, ¿por?
––Ah. Porque acá se cortó hace un rato, y hace varios días que estamos así ––dije sabiendo que mi presencia era una molestia, se notaba en sus ojos la sensación de transgresión, la sorpresa por sentirse vulnerable––. Bueno, ya volverá ––dije porque no me decía nada y no era bueno jugar con el silencio.
Me despedí de la manera más natural, como si no me hubiese afectado. Pero lo estaba. Y más me gustaba pensar lo que pasaba por su mente.
A la mañana siguiente había vuelto la electricidad. Pensé que si volvía a tomar sol ––y en esas condiciones–– quizá le había gustado nuestro encuentro. Terminé de desayunar y me fui a correr. El barrio era ideal: árboles, pocos autos, aire en las calles. Cuando volvía a casa nos encontramos. No lo esperaba. Ni siquiera había esperado que nuestros cuerpos hubiesen coincidido en una esquina. Cuando dobló me vio con la misma sorpresa que mis ojos. Tenía una ropa sencilla, nada llamativo, pero yo ya tenía su imagen en la mente, y la ropa era solo un disfraz de paso.
––Hola ––dije indiferente, esperando su respuesta.
––Hola ––dijo con la misma risa tímida del día anterior.
––Veo que no soy el único que sale a mantener la línea.
––No, no. Somos varios.
Estábamos cerca de nuestras casas, a una cuadra.
––¿Volvió la luz? ––preguntó.
––Si. Hoy a la mañana ya había.
––Ah, mira vos. A nosotros se nos cortó ayer. Justo en la esquina cambia de fase.
––Una pena. Pasa que siempre pasa lo mismo en verano ––dije mirando la puerta de mi casa que ya estaba cerca.
––Si, espero que para la noche vuelva porque tengo que estudiar.
––Ah, ¿si?
––Si. Tengo un final ahora en marzo.
––Ah ––fue lo único que dije cuando me paré en la puerta de mi casa––. Bueno, esperemos que vuelva rápido la corriente. Sino avisame y veo si les puedo pasar un cable. Si es que yo tengo.
––Bueno… Gracias ––dijo con una sonrisa que por fin había perdido la timidez.
––De nada. En serio, cualquier cosa me pegás el grito.
Se empezó a reír. Y me gustaba su sonrisa.
––No podría.
––¿Por qué no?
––No sé…
––No tengas vergüenza. Me llamo Raúl. Feo nombre pero bueno.
––Bueno, esta bien. Si es necesario…
––Dale. Bueno, nos vemos.
––Dale. Chau.
Sonreí y abrí la puerta de mi casa. Miré su cuerpo hasta que dobló en la esquina. No le había preguntado el nombre, de lo que me arrepentí.
Pedía que se destruyeran los transformadores, que no hubiese corriente, que se diera la situación esperada. Eran las tres y media. En mi casa el aire acondicionado estaba prendido. Afuera el calor era insoportable, pero salí muy despacio para ver si estaba abajo tomando sol. Ahí estaba, con una tanguita amarilla que contrastaba muy bien el bronceado de su cuerpo. Estaba con los apuntes de la materia que tenía pendiente en el piso, al lado de la colchoneta, aprovechando el sol para tomar color y no perder tiempo con el estudio. Me quedé un rato espiando hasta que pensé que lo mejor sería entrar, quizá por curioso echaría todo a perder.
Estaba impaciente, no veía la hora de escuchar su voz. El día se hacía más largo de lo esperado. Al caer la noche las luces de la esquina no se prendieron. Esperaba que de un momento a otro me llamara. Un auto entró en su casa y pude ver que era su mama por la manera en la que se saludaron. Al entrar en la casa los perdí de vista. Solo podía esperar. Estaba sentado en el patio cuando la corriente de mi casa se cortó. Las luces se apagaron de golpe y todo quedó a oscuras, se escucharon las quejas de algunos vecinos a lo lejos. Maldije a la empresa. Se había roto la ilusión. Los ojos se adaptaron y de apoco la oscuridad tomó forma. Se distinguían algunas siluetas, las luces a lo lejos de quienes tenían corriente. Me quedé en la oscuridad, miraba hacia abajo como si fuese a subir por la pared y a perder la cabeza por mí. Se veían algunas velas en la casa vecina. La puerta del patio de atrás se abrió. Miré atento, tratando de vislumbrar la silueta.
––¿Cómo le va, vecino? ––Era la madre, reconocía la voz. Dejó en el piso un canasto con ropa y se dispuso a colgarla. Habíamos hablado un par de veces cuando recién me había mudado, era una mujer muy simpática.
––Acá andamos ––dije con una sonrisa que sabía que no veía desde abajo––. Disfrutando del calor.
––Qué vergüenza ––dijo––. Todos los veranos la misma historia.
––Y bue…
––¿Cómo lo trata el barrio?
––Bien. Me gusta mucho ––dije con doble sentido.
––¿Y los demás vecinos?
––También. Era lo que andaba buscando.
––Ah, qué bueno. Falta la electricidad y estamos.
––Claro.
Se despidió y se fue. La conversación de las sombras que llegaba a su fin y de vuelta el silencio y la oscuridad. No tuve más remedio que irme a dormir y esperar el día siguiente.
Esa semana me habían contratado para la construcción de un edificio cerca de la zona. El tiempo se acortaría. Pensaba en cómo llegar al fin de todo ese asunto. Y sabía que era imposible. Tenía diecisiete años como mucho, y darle bola a un veterano como yo.
Esa mañana tocaron el timbre. La corriente iba y venía; imperceptible.
––¿Cómo le va, vecina? ––dije sorprendido al ver a la madre del otro lado de la puerta.
––Bien. Perdón que lo moleste.
––Por favor. ¿Qué necesita?
––Ale me dijo que usted es arquitecto.
––Si.
––Ah. ¿Le puedo pedir un favor enorme?
––A ver si puedo…
––Ale tiene que rendir física. No es nada avanzado, creo. Es física de secundario. Es del colegio técnico que queda acá a unas cuadras.
––Ah, si, lo conozco. No es física avanzada pero tampoco es tan fácil ––dije entendiendo por donde venía la situación. Sonreí––. ¿Y usted quiere que yo le explique?
––Si no es mucho pedir. Porque acá los profesores particulares cobran una fortuna. Igual creo que viene bien, pero por las dudas.
––No hay problema. Dígale que venga.
––Ay, muchas gracias. En serio, muchas gracias…
––Por favor. Mientras pueda ayudar no hay ningún problema.
Nos despedimos con todos los formalismos. La puerta se cerró y yo sonreí. Pensaba en el momento, y pensaba que mejor era no pensar.
Almorcé impaciente. Sin ganas lavé los platos y miré el reloj. Dos y media, y el calor era el de siempre. La corriente parecía haber recuperado su habitual presencia. Pero ya tenía la otra excusa, la otra estrategia. Pero tenía dieciséis años (o diecisiete como mucho), porque la madre me había dicho que estaba en cuarto año y que ese año arrancaba el último año de la secundaria. Pero no podía entenderlo; al salir al patio pude ver ––en mi posición de espía–– que otra vez estaba tomando sol, esta vez con una tanguita verde fluor. Y me preguntaba si su mama estaba en la casa, porque si viera como tomaba sol, y con el nuevo vecino, que se veía todo. Obviamente la madre no estaba, quizá trabajaba hasta tarde, porque a la noche ya volvía todo a la normalidad, ropa decente, como cuando nos cruzamos en esa esquina. Pero ahora estaba ahí abajo, tomando sol, con ese triangulo tentador cubriendo su cuerpo que estaba desnudo, piel sin disfraces.
Pensé en tomar la iniciativa. Yo colgaba la ropa en el patio de arriba. El lavarropas había terminado hacía rato el proceso. Puse todo en la canasta y fui hasta la soga del tender como si no supiera que un par de ojos abajo notarían mi presencia. Pasé como distraído. Empecé a colgar la ropa. Sentía su mirada. Pensaba en lo que pensaba desde allá abajo, llamarme para preguntarme sobre las clases de física, a qué hora; pero desde su vulnerabilidad de estar así, aunque ya había probado el sabor de la transgresión. Mientras yo colgaba la ropa pensé en mi intervención. Podía girar para la derecha y desaparecer como si nada, podía girar a la izquierda y encontrar sus ojos desde abajo. Giré a la izquierda, hacia la casa vecina. Con sorpresa encontré sus ojos que inevitablemente me miraban. El acto de colgar la ropa fue más pausado que de costumbre, para darle la oportunidad de escapar del encuentro de las miradas (si quería). Pero ahí estaba, mirándome con su cuerpo semidesnudo y provocador.
––Hola ––dije con mi mejor gesto de asombro.
––Hola ––respondió con una sonrisa.
––Hablé con tu mama.
––Si me dijo…
––Bueno, si querés podés venir a la tarde.
––Bueno, dale. ¿Qué llevo? ––preguntó.
––Las cosas que tengas que dar.
––Bueno. A las siete voy, ¿o es muy tarde?
––No, esta bien. Te espero.
––Dale.
Parecía lo más normal. Y esperé impaciente. Pero el reloj jugaba con mi expectativa. De apoco la hora llegó. Me sorprendió que el timbre sonara exactamente a las siete en punto. Abrí la puerta. Ahí estaba: un pantalón de jean, una remera blanca, la mochila al hombro.
––Hola, otra vez ––dijo.
––Hola ––dijo sonriente.
––Pasa.
Caminó como con vergüenza, inspeccionando mi casa, mirando cada cosa.
––Qué bien que quedó ––dijo cuando yo cerré la puerta.
––¿Cómo?
––Digo. Yo vivo en el barrio hace mucho, y me acuerdo que acá antes había una casa abandonada muy fea.
––Ah. Si, quedó como esperaba. Vamos a la cocina ––dije señalando la escalera.
––¿Es arriba?
––Si.
Miré su cuerpo escondido en la ropa mientras subía delante de mí. Se sentó enfrente. Le pregunté si quería mate y cuando me dijo que si me levanté aponer la pava. Otra vez veía su espalda. El jean se bajaba apenas, lo suficiente para ver las tiritas de su bombacha, que era rosa.
El mate estaba bueno. Pero me sorprendía que todo se daba como se debía dar: ejercicios de física, cálculos; nada más. Me molestaba pensar que todo se daba solamente por unos cuantos ejercicios de tiro oblicuo. El reloj giró alterado. Al mirar nuevamente eran las nueve. El día se iba.
––Bueno ––dije como punto final––. Creo que no vas a tener problemas.
––¿Te parece?
––Si. Vas a ver. Repasa por las dudas, pero no vas a tener problemas.
––Veremos.
––Che, que tarde se hizo. Ya son las nueve. ¿a vos no te espera tu mama?
––No, trabaja. Llega a las once.
––Ah.
––¿Puedo hacer algo que hace mucho quiero hacer? ––preguntó y mis ojos se asombraron.
––Si… ––dije.
––Siempre quise ver como se ve desde acá mi patio ––dijo levantándose y yendo hacia la puerta del jardín.
Horrible decepción, demasiada ilusión.
––Se ve todo ––dijo cuando yo me asomé al jardín––, hasta la casa de los idiotas de al lado. Me tenés que contar lo que hacen.
––No los miro ––dije sonriendo.
––Ah… o sea que solo me espías a mí.
––Eh… en todo caso no es espiar.
––Bueno. El término que quieras.
Se rió, creo que por mi cara de off side. Decía lo que no sabía decir, una especie de excusa sin sentido. Se acercó despacio pero constante, me miró hasta el final de la distancia y me besó. No respondí su beso, solo me quedé quieto, sin saber que hacer. Me agarró con las dos manos y me besó con más pasión. Me dejé llevar por la pasión. Sentí su cuerpo con las manos, su espalda, sus glúteos.
––Vamos a la pieza ––le dije entre besos.
Dudó, una vacilación que tenía un destino en la respuesta, otro en la ausencia de la palabra.
––Es que… Raúl, nunca hice esto ––dijo de repente.
––Yo tampoco ––dije comprensivo––, quiero decir, con alguien como vos… tan joven.
Y nos besamos otra vez.
––Quiero hacerte el amor ––le dije a los ojos.
Sonrió de vergüenza. Me miró y suspiró.
––Yo también ––dijo antes del beso que destruyó las palabras.
Bajamos la escalera besándonos. Entramos a la pieza besándonos. Mi cuerpo cayó sobre el suyo que estaba de espaldas. Nos sentíamos más seguros encerrados en las paredes. Los deseos dominaron nuestras mentes.
Mis manos descubrieron su cuerpo. Saqué su remera, inmediatamente su pantalón. Besé su cuello, el descenso por la espalda hasta su cintura, la curvatura de sus glúteos, su bombacha de encaje rosa que cubría el delirio. Su cuerpo era mío, se había entregado completo a mis deseos. Pero su primera vez. La reflexión en medio de la locura. Detuve la intensidad de mis besos, como si hubiese detenido el tiempo, ascendí despacio hasta ponerme de costado, miré sus ojos y nos besamos.
––Vayamos despacio ––dije acariciando su cintura.
––Si… ––dijo besándome.
Llevé mi cuerpo sobre el suyo. Nuestras miradas quedaron enfrentadas, pero por poco tiempo. Deje caer mi boca otra vez. Sentir el sabor de su piel, de su cuello, sus pezones, el abdomen que se contraía por la sensación. Lentamente saqué su bombacha, ascendí por sus piernas hasta llegar a lo más oculto de su cuerpo. Mis labios despertaban sus deseos, destruían el silencio con gemidos tiernos. Jugué con mis labios, me abrí paso con mis dedos. Me tomó del pelo con fuerza. Ascendí hasta encontrar su boca nuevamente.
––Eso me gusta mucho… ––dijo refiriéndose al movimiento de mis dedos dentro de su cuerpo––. Todas las noches pensaba en vos ––me confesó entre gemidos––, en este momento…
Nos besamos. Alejé mis dedos, me coloqué encima de su cuerpo.
––¿Tenés preservativos? ––interrumpió.
––Si… tengo ––dije.
Nada se había perdido. Por fin me abrí paso a través de su cuerpo. Sus ojos se abrieron, sintiendo la penetración, ese primer intento, esa primera sensación de placer, presión, dolor; el antes y el después. Poco a poco todo se volvió deseo, el deseo de la imaginación. Hacíamos el amor con furia, lentamente, nos besábamos.
––¿Te gusta? ––le pregunté.
––¡Si! Raúl… no pares.
Y no lo hice. Sentí su orgasmo, fue demasiado intenso. Su cuerpo tembló, con un terremoto interno, y después se derrumbó, su cuerpo quedó estático. Detuve mis movimientos, miré sus ojos cerrados, miré su cuerpo, acaricié su cara. Lentamente abrió los ojos, me miró y sonrió.
––¿Estás bien? ––pregunté.
––Si… ––contestó.
Me fui de su cuerpo despacio, la despedida, el camino inverso al placer. Me acosté boca arriba y dejé que su cuerpo cayera sobre el mío.
––Fue hermoso… ––dijo con los ojos cerrados.
Nos quedamos en silencio. Yo sentía el fastidio de la cosa a medias, pero sabía que tenía que ser así. Me saqué el preservativo y lo dejé sobre la mesita de luz. Me miró detenidamente y sonrió.
––¿Vos no llegaste? ––preguntó.
––No ––dije sonriendo––, pero esta bien. Lo importante sos vos.
––Ay, Raúl. No es así.
Me empezó a besar. Puso su cuerpo encima de mí y empezó a descender sus labios. Lentamente llegó a mi abdomen.
––No hace falta ––dije agarrando su pelo.
––Si… pero yo quiero.
Acepté con una sonrisa. Al soltar su pelo su boca buscó esa fantasía, esa otra fantasía. De apoco su boca descendió, abarcó todo mi placer. El movimiento esperado, el ascenso y descenso a través de la sensación, su boca húmeda, caliente, su lengua que se movía impredecible; placer.
Le gustaba como a mí. El placer alcanzaba su nivel máximo.
––Voy a terminar ––advertí.
Aceleró los movimientos. Sus ojos cerrados. Sentí mi orgasmo en su boca, la materialización del placer en su boca, el sabor del deseo y la perversión deseada. De apoco los movimientos se detuvieron. Se alejó despacio, alejarse del placer que ya estaba lejos. Con vergüenza fue hasta al baño. Volvió como si fuese otra persona, más madura, más mía. Se acostó sobre mi pecho, suspiró, sonrió y me besó.
––¿Te gustó? ––preguntó.
––Y encima lo preguntás.
––Es tarde, ya. Tendría que irme.
––Si… demasiada física por hoy.
––¿Qué quiere decir eso?
––Nada, dejá…
Se vistió lentamente. Besé su cintura por última vez. Era de noche. Desnudo fui hasta la puerta. Le abrí y me escondí de la calle. Sonrió, me besó y se fue.
A la noche la electricidad se cortó. No me importaba. Me quedé dormido al poco tiempo. A la mañana fui a caminar porque la ausencia de electricidad no permitía las distracciones habituales de la comunicación. Al mediodía era lo mismo. Pensaba en nuestro encuentro. Después de comer la luz volvió y adelanté cosas del trabajo que empezaría la semana entrante. Sin pensarlo se habían hecho las cuatro de la tarde. Sonreí al pensarlo. Fui hasta el patio de arriba y miré hacia abajo. Ahí estaba, pero todo era diferente.

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