Tu piel en mi piel, rozando mi piel, tocando mi piel. Tu cuerpo contra mi cuerpo, sobre mi cuerpo. Quiero que me beses, que me saques la ropa, que me despojes de vergüenzas, que me des vuelta y me penetres. Quiero el dolor del placer, quiero tu olor, tu saliva tu semen en mi cuerpo, dentro de mi, sobre mi. Quiero olvidarme de que soy mortal y ser deseo aunque sea una efímera milésima de tiempo, aunque después tu nombre sea una duda y tu historia un secreto.
Lo que quieras que sea
jueves, 25 de noviembre de 2010
Necesidad
viernes, 28 de agosto de 2009
La otra mirada
<<¿Dónde se me habrá metido la idea?>>, pensaba Martín. Quizá el doctor Remand en alguna sesión. Si, recordaba aquella frase que el doctor le había dicho, escondido detrás de sus anteojos y su libreta de anotaciones: <
Martín se bajó en Pasteur y caminó hasta el departamento de Lucas. Cuando el portero eléctrico no daba respuestas, Martín pudo ver a Lucas en la esquina.
––Menos mal que era a las nueve, eh ––dijo Martín, enojado porque en el departamento de Lucas no había nadie.
––Les mandé un mensaje a todos diciendo que el entrenamiento se había demorado y que vinieran más tarde ––se excusó Lucas.
––Ah. Pasa que se quedó sin batería mi celular.
––Qué raro…
Los dos rieron.
––Feliz cumpleaños ––dijo por fin Martín.
––Gracias, che.
––Veintidós, ya… Qué cosa ––dijo Martín mientras Lucas habría la puerta del departamento––. Pensar que hace una par de años estábamos en el colegio
––En realidad fueron dos pares de años ––contestó Lucas, burlándose de la nostalgia de su amigo.
El ascensor los llevó hasta el octavo piso.
––¿Tus viejos? ––preguntó Martín, sorprendido de no ver a nadie en el departamento.
––No están. Mi viejo tenía que arreglar unos negocios en Estados Unidos. Yo le dije a mi mama que fuera con él. Que aprovechen.
––Pero es tu cumpleaños…
––¿Y? Cundo vuelven festejo con ellos. Aparte sabés lo que pienso de los cumpleaños.
––Si. Ya lo sé.
––Che ––dijo Lucas sacándose la remera––, me voy a bañar.
––Lo necesitás ––dijo Martín.
––Urgentemente.
Le gustaba ese olor. Sólo había tenido otras dos oportunidades de sentir ese olor. Olor moralmente desagradable, pero el cuerpo no entiende de moral. Otra excusa. Le gustaba verlo sin remera. Se notaba los años de natación de Lucas.
Y estar solo no era lo mejor. La televisión no distraía a Martín. <
El timbre sonó y Martín bajó sin dudar. Le pareció que el ascensor tardaba demasiado. José estaba en la puerta. Sonrió al ver que Martín sonreía del otro lado del vidrio.
––¡Cómo estás, querido! ––gritó José cuando la puerta se abrió.
––Hace cuanto que no te veo…
––Y… ––dijo José mirando hacia arriba como si arriba estuviese el recuerdo––. Hace un año.
––¡Un año! Cómo se va la vida.
––De año en año ––respondió José––. Qué vieja que estás, che. Tenés veintiuno recién. A los treinta mejor ni me imagino.
Se rieron. A Martín le costó un poco más. Subieron por el ascensor hablando de sus vidas.
––Estás flaco ––dijo José mirando a Martín.
––Estoy saliendo a correr. Aparte de ir al gimnasio.
––Mira vos. Yo no hago nada. Soy un asco.
Los dos rieron. A Martín le costó menos.
Entraron al departamento. Lucas estaba envuelto en un toallón en la cintura.
––Hablando de lomo… ––dijo José.
Lucas sonrió.
––¿Qué hacés, insoportable? ––dijo Lucas.
––Bien. Podrido de verte ––respondió José, entre risas.
––¿Se ven seguido? ––preguntó Martín un poco afligido.
––Más o menos ––respondió Lucas.
––Ah ––dijo Martín, secamente.
––Y vos no estás nunca, “ah” ––dijo José, que entendía los gestos de su amigo.
––La facultad… Me absorbe.
––¿Más que tu novia? ––preguntó José.
––Mi novia… ––dijo Martín como para si mismo––. Nos separamos hace un tiempo.
––¡En serio! ––dijo Lucas, exclamativo, casi gritando.
––Si. Ya estábamos mal. Lo mejor era dejar todo ahí.
––Qué mal ––Dijo Lucas.
––Qué bien ––dijo José.
Hablaron de Noelia. Ni José ni Lucas habían llegado a conocerla bien. Los comentarios acerca de Noelia se terminaron cuando el toallón de Lucas se desenroscó de su cintura. José y Martín miraron ––irremediablemente–– y descubrieron el boxer blanco de Lucas.
––Vos siempre poniéndote en bolas en cualquier lugar, che ––protestó José.
––Qué tiene de malo ––protestó Lucas.
––Encima todo depilado.
––Oh… ahí vamos otra vez.
Martín miraba divertido.
––No. Esta vez no vamos a ningún lado ––dijo José.
––¿Se puede saber a dónde van? ––preguntó Martín intrigado.
Lucas se rió muy tentado.
––Josecito tiene un pequeño gran complejo con los hombres depilados.
––No es complejo ––dijo José––. No me gustan. Y listo.
––No le veo el problema ––dijo Martín.
––Vos porque sos lampiño ––dijo José––. ¿Te acordás como te gastábamos en el colegio porque pensábamos que te depilabas?
Los tres rieron.
––Cómo me enojaba ––dijo Martín––. Pero volviendo al tema: no le veo nada malo.
––¡Bueno! ––dijo José––. A mi no me gusta.
Lucas y Martín rieron.
Le gustaba el color. La idea. Le gustaba saber que Noelia y José tenían la misma la idea. Se divertida con esa idea. La destrucción de los folículos, la guerra entre la estética y la biología. Se reía divertido. Miraba como el vaquero entraba en las piernas de Lucas. Como los botones se abrochaban en su cintura. Lugar prohibido. Ojos pervertidos. Y mirar hacia arriba y ver los ojos de Lucas mirándolo, lo miraban como signo de pregunta (¿o exclamación?); mala exclamación <<¡Qué mirás!>> Refugiarse en la televisión, en los chistes de Benny Hill en la tele. Ahora la duda, la intriga, el autoreproche, y la intriga otra vez.
El departamento poco a poco se pobló. Mucha gente, pocos conocidos. Martín se sorprendió al saber que sólo José y él eran los únicos amigos de la secundaria que Lucas tenía. Gente nueva. Amigos de la facultad, del club, natación. Y sentirse un intruso, un desconocido. Pero si yo…
Sólo escuchaba. Una especie de ronda donde todos estaban ahí, sentados en los sillones. En el medio la mesa, arriba las botellas de alcohol. Una botella de coca. Dos vasos con coca: el de Martín y el de Lucas. José un poco eufórico. Todos entendían, se divertían con él. <
Martín volvía a servirse coca cuando José lo interrumpió.
––Pero dejáte de hinchar, vos. Mirá, acá tenés fernet.
––Sabés que no tomo alcohol, Josecito querido.
––Ah. Andá, sano. Te pareces al musculoso este ––dijo José.
Todos rieron.
Madruga eterna (como todas las madrugadas). Octavo piso. La gente hablaba. Contaba sus anécdotas. Martín se aburría. ¿Octavo piso? Y el balcón perfecto. Abajo Corrientes. Se veía tan bien la avenida desde ahí arriba, pero sabiendo que ahí abajo seguía el infierno. Martín se levantó despacio. Muchos ojos lo siguieron hasta que su dinámica se detuvo en la baranda del balcón.
Martín miraba distraído hacia abajo. Le gustaba estar así. Lucas apareció de golpe y se apoyó al costado. Adentro seguían las anécdotas, las risas, el valor en ascenso de alcoholemia.
––Es genial ––dijo Lucas.
––¿José? ––preguntó Martín––. Si, es un genio.
Lucas rió. Martín no entendía por qué.
––Me refería a la vista que hay desde acá.
––Ah… ––dijo Martín, sintiéndose un idiota–– Si, es perfecta.
––Cada tanto vengo. Cuando lo necesito.
––Debe ayudar mucho.
––Toda una terapia ––dijo Lucas mirando la noche––. ¿Así que te peleaste con Noelia?
––No me peleé en realidad. Nos separamos.
––Entiendo.
––Tenemos ideas muy diferentes.
––Como por ejemplo…
––Siento que estar con una sola persona no tiene sentido, es privarse de la comunicación.
––¿Comunicación?
––Claro. El ser humano no sólo se comunica a través de las palabras, sino también a través de la expresión corporal. Si uno se somete a una sola persona va a someterse a una falta de comunicación.
––Vos y tus teorías ––dijo Lucas con una sonrisa––. Pero igual estoy de acuerdo. Por eso nunca tuve novia, soy libre de hacer lo que quiero.
––Por eso ––dijo Martín enérgico––, es estúpido estar con una persona. Mirá a los animales, qué poco problema que se hacen.
Lucas rió. Martín hizo una mueca.
––Bueno ––dijo Lucas–– ahora estás libre…
––Si. Pero quiero saber lo que quiero. Es decir, no quiero caer en un frenesí sin sentido; libertad a razón de ser.
––Entiendo.
––Quiero pensar en lo que valga la pena ––dijo Martín––, lo que el cuerpo sienta quiero dejarlo fluir.
José seguía siendo el centro. Las horas pasaron. Nadie notaba la ausencia de los que estaban en el balcón. Las cuatro de la mañana.
––¡Lucas, me voy! ––dijo una voz femenina desde adentro.
––Ahora vengo ––dijo Lucas––. Voy a saludar.
––Bueno. Igual creo que es hora de que yo también me vaya.
––No ––dijo Lucas secamente––. Quedáte.
Y los ojos engañan. En realidad su percepción lo engañaba; los ojos de Lucas no escondían nada, sus palabras no exclamaban nada. Pero quería pensar que era todo lo contrario. Le hacía bien.
De apoco las visitas se fueron. En un instante Martín, José y Lucas estaban solos otra vez.
Martín y Lucas juntaron las botellas y platos vacíos. José estaba dormido en el sillón.
––No sé como describirlo ––dijo Lucas––. Está durmiendo borracho o borracho se quedó dormido.
––Respuesta “b” ––dijo Martín––. Alta mama se pegó.
––Si. Siempre hace lo mismo ––dijo Lucas riendo––. Es terrible.
Todo estaba ordenado como antes. Martín preguntó qué hacer con José y Lucas hizo un gesto despreocupado para que lo dejase así como estaba.
––Che, quedate a dormir ––dijo Lucas mientras limpiaban la mesa.
––¿Seguro?
––Sí. Es tarde para volver.
Y era incómodo pensarlo. Pero sus palabras lo condenaban.
––Tengo una duda ––dijo Lucas tirando los restos de comida chatarra en las bolsas que irían a parar al camión de la basura mientras Martín esperaba la pregunta impaciente en la mesada de la cocina–– ¿Qué tanto dejarías fluir lo que tu cuerpo siente?
––No entiendo ––dijo Martín sorprendido, mirando a Lucas que ya se había parado otra vez y lo miraba a los ojos.
––Claro… ––dijo Lucas acercándose–– Si mi cuerpo siente que quiere hacer esto…
Y sus labios chocaron contra los suyos. Todas las dudas gritaron al mismo tiempo. Pero Martín no era de los que se apartaban, golpeaba al agresor moral y se iban para no volver. Dejó que Lucas terminara la frase después de terminar el beso.
––…Digo que es mi cuerpo el que se deja fluir, pero en realidad lo siento yo ––dijo Lucas un poco más lejos del contacto de los labios––. ¿Dejarías fluir tu cuerpo por algo así…?
Martín sonrió, por los nervios, por una mezcla de sentimientos que pensaba, que quería pensar, que quería expresar pero los límites del bien y el mal se mezclaron entre sí, chocaron con fuerza y se fusionaron en una sensación pegajosa que no era el estado neutral de la sumatoria de fuerzas de lo bueno y lo malo, era más bien como un letargo, pero con total claridad.
Lucas esperaba impaciente del otro lado. El silencio era molesto. Pero quería esperar que Martín dijese algo. Pero martín no respondió. Sus palabras eran silencio. Sonrió como si hubiese descubierto la respuesta que tanto buscaba. Rompió la inercia con energía. Apurado besó a Lucas. No quería pensar, quería sentir; ironías del bien y el mal.
Y ya estaba del otro lado. Donde la inercia es la necesidad de querer ser uno mismo y no el lamento de los prejuicios. Las bocas que ya se conocían como viejas amantes. Las manos eran torpes entre tanta oscuridad de los ojos cerrados.
––Tantos años… ––dijo Lucas.
Martín sonrió. Sus labios habían perdido las palabras, lo cual mejor. Lucas lo empujó levemente y martín entendió que quería ir a la habitación. Se dejó llevar, despacio, atravesando el living donde José dormía. Se miraron y se sonrieron mutuamente. Y la trasgresión resultaba ser mejor de lo que pensaban. La puerta de la habitación se cerró, quedaron a oscuras en la habitación, sólo entraba la luz de la calle por la ventana. Y era el límite que Martín tanto conocía.
Los ojos cerrados, la oscuridad rodeándolos, la luz que entraba desde afuera dibujaba sus cuerpos de otra manera; una especie de surrealismo que era perfecto para los ojos. Martín cayó de espaldas sobre la cama, Lucas cayó más despacio, como disfrutando de la caída. Su boca acaricio el cuello de Martín. Empezó la otra caída: ese delirio horizontal donde el contacto de la piel es tan perfecto. Los labios que se detenían en la cintura, el espacio de piel expuesta entre la remera y el pantalón. Las manos que agarraban los glúteos, los gemidos que parecían acordes del placer. Martín se arrodillaba y Lucas que le sacaba la remera como si hubiesen estudiado la coreografía. Nuevamente el descenso, pero esta vez con toda la espalda expuesta. Los escalofríos que irisaban la piel, las manos que desabrochaban el cinturón y los botones del Jean. De un tirón Martín quedó despojado de su pantalón y su ropa interior. Sus glúteos expuestos, ahora entregados al contacto de las manos de Lucas. Martín volvió a caer sobre la cama. Lucas acercó su boca a la cintura de Martín: los gemidos a lo lejos, la piel tan cerca. La boca de Lucas caía sobre los glúteos, recorrían la forma redondeada que Lucas tanto admiraba. Sus manos acompañaron sus labios. Pero eran movimientos diferentes que se complementaban el uno al otro. Las manos de Lucas que separaban levemente los glúteos de Martín, su boca que sentía la otra piel: la prohibida. Y los gemidos se hacían más intensos, la noche tan ajena y perfecta para los dos.
Martín sintió los dedos de Lucas abrirse paso entre sus glúteos. No podía controlar sus gemidos, no quería controlarse, no quería ser otro, sino, su fantasía más oculta. El placer le cerraba los ojos, lo hacía gemir; se mordía los labios como conteniendo el grito porque así era mejor: tenerlo adentro del cuerpo hasta no aguantar más, hasta que Lucas hiciera más presión y descargar el placer descontrolado.
Lucas que alejaba sus dedos despacio. Acercó su boca a la de Martín y lo beso con ternura, como diciendo algo pero sin palabras, porque no hacía falta decir nada. Lucas apoyó su cuerpo sobre la espalda de Martín. Se miraron un instante y se sonrieron. Martín sintió como Lucas lo penetraba, como se abría paso hacia su fantasía. Lucas fue despacio pero constante hasta llegar al límite de la piel. Cuando se detuvo Martín suspiró. Su boca estaba abierta y sus ojos cerrados. Lucas lo besó en la mejilla.
––¿Cómo estás? ––preguntó Lucas.
Martín sonrió pero no contesto. Porque no hacían falta las palabras, porque con una sonrisa y un beso ya estaba todo dicho.
Lucas empezó a moverse despacio. Martín gemía en silencio. Lucas aumentó la intensidad, lo penetraba más fuerte, marcando cada movimiento. Martín mordía la almohada para no gritar. Se sentía como nunca antes se había sentido. Le gustaba la sensación; el dolor y el placer en el mismo suspiro. Le gustaba sentir la piel de Lucas en sus glúteos, le gustaba sentirse penetrado.
Lucas se detuvo un momento y besó a Martín en el cuello.
––¿Te duele? ––preguntó Lucas cuando Martín lo miró como si hubiese vuelto de un lugar muy lejano.
––No ––contestó agitado––. Todo lo contrario.
Lucas sonrió y besó a Martín en la boca mientras empezaba los movimientos otra vez. Martín suspiró durante el beso y después no pudo hacer más nada porque Lucas aceleraba sus movimientos, lo agarraba con las manos de la cintura y lo penetraba con más fuerza, escuchaba su agitación mientras el se perdía en gemidos contra la almohada. Todo parecía eterno y a la vez como el último momento, como si después no existiese otra cosa. Lucas sintió su orgasmo dentro de Martín, sintió como sus fluidos recorrían su cuerpo hasta el de Martín, que disminuía su agitación a medida que Lucas detenía sus movimientos. Después todo fue silencio, todo estático, ni siquiera un pensamiento, ni el bien o el mal, sólo el silencio.
Lucas se acostó sobre Martín. Lo besó en el cuello y de apoco empezó a retirarse.
––No ––dijo Martín––. Quedate un poco más.
––Bueno ––dijo Lucas, y lo volvió a besar.
Sintieron como el proceso se desvanecía, como la sangre se alejaba, como todo volvía a ser como antes aunque ya nada era como antes. Por fin sus cuerpos se separaron. Martín sintió el dolor detrás del placer. Pero le gustaba estar así.
––¿Cómo estás? ––preguntó Lucas.
––Bien ––dijo Martín girando y mirándolo a los ojos––. Mejor que nunca.
Lucas sonrió y Martín lo besó.
––¿Era la primera vez que…? ––preguntó Lucas.
––Sí ––respondió Martín, sin vergüenza, porque la vergüenza había quedado en el living o en la cocina, pero lejos de él––. Aunque ya tenía algo de experiencia.
––Me di cuenta… ––dijo Lucas.
De apoco el sueño les ganó y las palabras se perdieron.
El sol del mediodía los despertó. Se sonrieron al verse. Sus ojos estaban tímidos, y se reían el uno del otro. Pero ninguno se atrevió a hablar. Se cambiaron despacio y fueron a la cocina. En el living José dormía como hacía tantas horas.
––¿Y ahora qué? ––preguntó Lucas agarrando de la mano a Martín cuando se sentaron en la mesa de la cocina a desayunar.
––¿Y antes qué? ––respondió Martín con una sonrisa.
Lucas se acercó despacio y Martín lo esperó. Pero era un beso sin intenciones, era un sentimiento y una duda detrás del sentimiento. Pero era mejor así, porque al igual que antes, ahora no había un qué.
Cuando terminaron el café con leche, viendo el resumen de la semifinal de
––Welcome to live word ––dijo Lucas.
––Qué lindo que es volver ––dijo José––. Qué hacés, Martincito… qué alegría verte.
––Igualmente ––dijo Martín sonriendo.
––¿Así que te quedaste a dormir? ––preguntó José sirviéndose café de la cafetera.
––Sí ––dijo Martín mirando a Lucas––. Era tarde para volver. Aparte, no había trenes…
––Claro ––dijo José––. Yo por eso me quedo a dormir acá con Aquaman.
Los tres rieron.
––Che ––dijo José––, espero que ahora vengas más seguido con nosotros, vos.
––Sí ––dijo Martín––. Obvio que voy a venir.
Y Lucas lo miraba y le respondía en silencio. Porque no hacían falta las palabras.
viernes, 24 de julio de 2009
Así
Será que la soledad duele menos frente al espejo de ése ojo arbitrario que me mira, que siempre me mira y que yo le ordeno cuando recordarme, como en esta foto, como tantas fotos.
viernes, 19 de junio de 2009
Delante
Tanta ropa por delante, delante de tus ojos, delante en el tiempo que se irá destruyendo a medida que deshojes mi cuerpo de todo disfraz, hasta que mis ojos ya no sean un antifaz, y sea la realidad de tu fantasía más profunda.
viernes, 8 de mayo de 2009
Razones
Sentir tu piel, tu cuerpo, pero de la manera que solo el deseo sabe descubrir. También sentirme a mí. Sí, a mí. Porque nunca me había sentido así; el otro lado del deseo. Tus manos en mi pelo, la oscuridad donde todo era tan visible, tan claro.
Y no recuerdo haber sido tan racional en el momento en que tu orgasmo recorrió mi boca. Vos no lo sabés porque estabas del otro lado del placer. Pero yo estaba en la razón mas sincera. Mis ojos te miraban, mi lengua sentía el sabor de tu orgasmo, mis oídos escuchaban tus gemidos. Seguir con la inercia de la pasión. Detenerme cuando tus manos lo pidieron. Saber que había sido yo, tan yo como ahora que te digo todo esto.
No creas que la frialdad de mi manera de ser me privó de placer. Nunca sentí tanto placer. en un mismo instante. Solo quería decirte que la razón es la otra cara del deseo, y que no hay manera de ser sino se es uno mismo... Porque haberme escapado después de ese momento tan mío y tan hermoso fue el resultado de no pensar, de no entender que todo es relativo, y en uno está entender que esa razón está bien para ser lo que queremos ser, lo que queremos vivir.
miércoles, 25 de febrero de 2009
La casa (experimento)
Me gustaría recibir opiniones, buenas, malas, críticas, acuerdos, desacuerdos... todo lo que te haya generado esta historia.
Espero que te guste.
*************
Era la casa de mis sueños. Había comprado el terreno en un barrio de Buenos Aires, lejos de la ciudad pero no tanto. Hacía diez años que trabajaba de arquitecto y ese momento en que la casa por fin quedó terminada fue un momento único.
La mudanza fue rápida. La casa parecía vacía con los pocos muebles que tenía (antes vivía en un departamento), por lo que aproveché esos días para comprar muebles y rellenar la casa. Los días pasaron y la novedad pasó a ser costumbre; era un vecino más.
Lo único que me faltaba era compañía. A mis treinta y siete años ya detestaba las relaciones formales, pero la contra era la soledad. Cada tanto conocía a alguien, pero siempre eran cuestiones superfluas, de una noche, ni siquiera llegaban al amanecer.
Era Diciembre. El calor no se iba. El reloj se había estancado en las siete y trece. En el piso superior había echo un pequeño patio donde me sentaba a respirar un poco (cuando se podía). No sé porque se me ocurrió mirar hacia la casa de al lado. El largo de mi casa llegaba hasta la segunda casa de la esquina. Antes la había mirado: era de un solo piso, con un patio grande atrás. Nunca había visto a nadie en esa casa. Esa tarde cuando miré me llevé la sorpresa: estaba entrando, apenas pude ver su cintura, su bombachita blanca en unos glúteos perfectos, las piernas largas. Me gustó su cuerpo, esa imagen instantánea, apenas un instante en que vi una parte de su cuerpo. Después no volvió a salir. Su imagen quedó en mi mente. Pero los días pasaban y el patio de atrás de la casa vecina estaba vacío.
La corriente empezó a faltar en muchos barrios de Buenos Aires por exceso de consumo y por el calor que se hacía insoportable. Los días no bajaban de treinta grados, encima sin aire acondicionado ni ventilador. Los vecinos salían a la vereda a tomar un poco de aire porque dentro de las casas era imposible estar. Fue ahí cuando sin pensarlo subí al patio de atrás y miré hacia la casa vecina. Ahí estaba. Tomando sol, solo con una bombachita de color rosa. Era joven, diecisiete años o menos.
Me molesto haber reaccionado tan impulsivamente. Apenas me asomé me miró desde abajo. Sus ojos se sorprendieron, como si yo hubiese descubierto un secreto o algo así. Nos miramos y yo sonreí. Sabía que tenía que decir algo.
––Hola ––dije levantando mi mano derecha.
––Hola ––respondió con timidez, como si quisiera salir corriendo, escapar del intruso de la casa de al lado.
––Una pregunta. ¿Ustedes tienen luz? ––pregunté lo que primero se me vino a la mente, disimulando que su cuerpo casi desnudo ahí abajo era algo normal o de todos los días.
––Si ––respondió con una sonrisa.
––¿Si? ––pregunté sorprendido.
––Si, si. Hubo todo el día, ¿por?
––Ah. Porque acá se cortó hace un rato, y hace varios días que estamos así ––dije sabiendo que mi presencia era una molestia, se notaba en sus ojos la sensación de transgresión, la sorpresa por sentirse vulnerable––. Bueno, ya volverá ––dije porque no me decía nada y no era bueno jugar con el silencio.
Me despedí de la manera más natural, como si no me hubiese afectado. Pero lo estaba. Y más me gustaba pensar lo que pasaba por su mente.
A la mañana siguiente había vuelto la electricidad. Pensé que si volvía a tomar sol ––y en esas condiciones–– quizá le había gustado nuestro encuentro. Terminé de desayunar y me fui a correr. El barrio era ideal: árboles, pocos autos, aire en las calles. Cuando volvía a casa nos encontramos. No lo esperaba. Ni siquiera había esperado que nuestros cuerpos hubiesen coincidido en una esquina. Cuando dobló me vio con la misma sorpresa que mis ojos. Tenía una ropa sencilla, nada llamativo, pero yo ya tenía su imagen en la mente, y la ropa era solo un disfraz de paso.
––Hola ––dije indiferente, esperando su respuesta.
––Hola ––dijo con la misma risa tímida del día anterior.
––Veo que no soy el único que sale a mantener la línea.
––No, no. Somos varios.
Estábamos cerca de nuestras casas, a una cuadra.
––¿Volvió la luz? ––preguntó.
––Si. Hoy a la mañana ya había.
––Ah, mira vos. A nosotros se nos cortó ayer. Justo en la esquina cambia de fase.
––Una pena. Pasa que siempre pasa lo mismo en verano ––dije mirando la puerta de mi casa que ya estaba cerca.
––Si, espero que para la noche vuelva porque tengo que estudiar.
––Ah, ¿si?
––Si. Tengo un final ahora en marzo.
––Ah ––fue lo único que dije cuando me paré en la puerta de mi casa––. Bueno, esperemos que vuelva rápido la corriente. Sino avisame y veo si les puedo pasar un cable. Si es que yo tengo.
––Bueno… Gracias ––dijo con una sonrisa que por fin había perdido la timidez.
––De nada. En serio, cualquier cosa me pegás el grito.
Se empezó a reír. Y me gustaba su sonrisa.
––No podría.
––¿Por qué no?
––No sé…
––No tengas vergüenza. Me llamo Raúl. Feo nombre pero bueno.
––Bueno, esta bien. Si es necesario…
––Dale. Bueno, nos vemos.
––Dale. Chau.
Sonreí y abrí la puerta de mi casa. Miré su cuerpo hasta que dobló en la esquina. No le había preguntado el nombre, de lo que me arrepentí.
Pedía que se destruyeran los transformadores, que no hubiese corriente, que se diera la situación esperada. Eran las tres y media. En mi casa el aire acondicionado estaba prendido. Afuera el calor era insoportable, pero salí muy despacio para ver si estaba abajo tomando sol. Ahí estaba, con una tanguita amarilla que contrastaba muy bien el bronceado de su cuerpo. Estaba con los apuntes de la materia que tenía pendiente en el piso, al lado de la colchoneta, aprovechando el sol para tomar color y no perder tiempo con el estudio. Me quedé un rato espiando hasta que pensé que lo mejor sería entrar, quizá por curioso echaría todo a perder.
Estaba impaciente, no veía la hora de escuchar su voz. El día se hacía más largo de lo esperado. Al caer la noche las luces de la esquina no se prendieron. Esperaba que de un momento a otro me llamara. Un auto entró en su casa y pude ver que era su mama por la manera en la que se saludaron. Al entrar en la casa los perdí de vista. Solo podía esperar. Estaba sentado en el patio cuando la corriente de mi casa se cortó. Las luces se apagaron de golpe y todo quedó a oscuras, se escucharon las quejas de algunos vecinos a lo lejos. Maldije a la empresa. Se había roto la ilusión. Los ojos se adaptaron y de apoco la oscuridad tomó forma. Se distinguían algunas siluetas, las luces a lo lejos de quienes tenían corriente. Me quedé en la oscuridad, miraba hacia abajo como si fuese a subir por la pared y a perder la cabeza por mí. Se veían algunas velas en la casa vecina. La puerta del patio de atrás se abrió. Miré atento, tratando de vislumbrar la silueta.
––¿Cómo le va, vecino? ––Era la madre, reconocía la voz. Dejó en el piso un canasto con ropa y se dispuso a colgarla. Habíamos hablado un par de veces cuando recién me había mudado, era una mujer muy simpática.
––Acá andamos ––dije con una sonrisa que sabía que no veía desde abajo––. Disfrutando del calor.
––Qué vergüenza ––dijo––. Todos los veranos la misma historia.
––Y bue…
––¿Cómo lo trata el barrio?
––Bien. Me gusta mucho ––dije con doble sentido.
––¿Y los demás vecinos?
––También. Era lo que andaba buscando.
––Ah, qué bueno. Falta la electricidad y estamos.
––Claro.
Se despidió y se fue. La conversación de las sombras que llegaba a su fin y de vuelta el silencio y la oscuridad. No tuve más remedio que irme a dormir y esperar el día siguiente.
Esa semana me habían contratado para la construcción de un edificio cerca de la zona. El tiempo se acortaría. Pensaba en cómo llegar al fin de todo ese asunto. Y sabía que era imposible. Tenía diecisiete años como mucho, y darle bola a un veterano como yo.
Esa mañana tocaron el timbre. La corriente iba y venía; imperceptible.
––¿Cómo le va, vecina? ––dije sorprendido al ver a la madre del otro lado de la puerta.
––Bien. Perdón que lo moleste.
––Por favor. ¿Qué necesita?
––Ale me dijo que usted es arquitecto.
––Si.
––Ah. ¿Le puedo pedir un favor enorme?
––A ver si puedo…
––Ale tiene que rendir física. No es nada avanzado, creo. Es física de secundario. Es del colegio técnico que queda acá a unas cuadras.
––Ah, si, lo conozco. No es física avanzada pero tampoco es tan fácil ––dije entendiendo por donde venía la situación. Sonreí––. ¿Y usted quiere que yo le explique?
––Si no es mucho pedir. Porque acá los profesores particulares cobran una fortuna. Igual creo que viene bien, pero por las dudas.
––No hay problema. Dígale que venga.
––Ay, muchas gracias. En serio, muchas gracias…
––Por favor. Mientras pueda ayudar no hay ningún problema.
Nos despedimos con todos los formalismos. La puerta se cerró y yo sonreí. Pensaba en el momento, y pensaba que mejor era no pensar.
Almorcé impaciente. Sin ganas lavé los platos y miré el reloj. Dos y media, y el calor era el de siempre. La corriente parecía haber recuperado su habitual presencia. Pero ya tenía la otra excusa, la otra estrategia. Pero tenía dieciséis años (o diecisiete como mucho), porque la madre me había dicho que estaba en cuarto año y que ese año arrancaba el último año de la secundaria. Pero no podía entenderlo; al salir al patio pude ver ––en mi posición de espía–– que otra vez estaba tomando sol, esta vez con una tanguita verde fluor. Y me preguntaba si su mama estaba en la casa, porque si viera como tomaba sol, y con el nuevo vecino, que se veía todo. Obviamente la madre no estaba, quizá trabajaba hasta tarde, porque a la noche ya volvía todo a la normalidad, ropa decente, como cuando nos cruzamos en esa esquina. Pero ahora estaba ahí abajo, tomando sol, con ese triangulo tentador cubriendo su cuerpo que estaba desnudo, piel sin disfraces.
Pensé en tomar la iniciativa. Yo colgaba la ropa en el patio de arriba. El lavarropas había terminado hacía rato el proceso. Puse todo en la canasta y fui hasta la soga del tender como si no supiera que un par de ojos abajo notarían mi presencia. Pasé como distraído. Empecé a colgar la ropa. Sentía su mirada. Pensaba en lo que pensaba desde allá abajo, llamarme para preguntarme sobre las clases de física, a qué hora; pero desde su vulnerabilidad de estar así, aunque ya había probado el sabor de la transgresión. Mientras yo colgaba la ropa pensé en mi intervención. Podía girar para la derecha y desaparecer como si nada, podía girar a la izquierda y encontrar sus ojos desde abajo. Giré a la izquierda, hacia la casa vecina. Con sorpresa encontré sus ojos que inevitablemente me miraban. El acto de colgar la ropa fue más pausado que de costumbre, para darle la oportunidad de escapar del encuentro de las miradas (si quería). Pero ahí estaba, mirándome con su cuerpo semidesnudo y provocador.
––Hola ––dije con mi mejor gesto de asombro.
––Hola ––respondió con una sonrisa.
––Hablé con tu mama.
––Si me dijo…
––Bueno, si querés podés venir a la tarde.
––Bueno, dale. ¿Qué llevo? ––preguntó.
––Las cosas que tengas que dar.
––Bueno. A las siete voy, ¿o es muy tarde?
––No, esta bien. Te espero.
––Dale.
Parecía lo más normal. Y esperé impaciente. Pero el reloj jugaba con mi expectativa. De apoco la hora llegó. Me sorprendió que el timbre sonara exactamente a las siete en punto. Abrí la puerta. Ahí estaba: un pantalón de jean, una remera blanca, la mochila al hombro.
––Hola, otra vez ––dijo.
––Hola ––dijo sonriente.
––Pasa.
Caminó como con vergüenza, inspeccionando mi casa, mirando cada cosa.
––Qué bien que quedó ––dijo cuando yo cerré la puerta.
––¿Cómo?
––Digo. Yo vivo en el barrio hace mucho, y me acuerdo que acá antes había una casa abandonada muy fea.
––Ah. Si, quedó como esperaba. Vamos a la cocina ––dije señalando la escalera.
––¿Es arriba?
––Si.
Miré su cuerpo escondido en la ropa mientras subía delante de mí. Se sentó enfrente. Le pregunté si quería mate y cuando me dijo que si me levanté aponer la pava. Otra vez veía su espalda. El jean se bajaba apenas, lo suficiente para ver las tiritas de su bombacha, que era rosa.
El mate estaba bueno. Pero me sorprendía que todo se daba como se debía dar: ejercicios de física, cálculos; nada más. Me molestaba pensar que todo se daba solamente por unos cuantos ejercicios de tiro oblicuo. El reloj giró alterado. Al mirar nuevamente eran las nueve. El día se iba.
––Bueno ––dije como punto final––. Creo que no vas a tener problemas.
––¿Te parece?
––Si. Vas a ver. Repasa por las dudas, pero no vas a tener problemas.
––Veremos.
––Che, que tarde se hizo. Ya son las nueve. ¿a vos no te espera tu mama?
––No, trabaja. Llega a las once.
––Ah.
––¿Puedo hacer algo que hace mucho quiero hacer? ––preguntó y mis ojos se asombraron.
––Si… ––dije.
––Siempre quise ver como se ve desde acá mi patio ––dijo levantándose y yendo hacia la puerta del jardín.
Horrible decepción, demasiada ilusión.
––Se ve todo ––dijo cuando yo me asomé al jardín––, hasta la casa de los idiotas de al lado. Me tenés que contar lo que hacen.
––No los miro ––dije sonriendo.
––Ah… o sea que solo me espías a mí.
––Eh… en todo caso no es espiar.
––Bueno. El término que quieras.
Se rió, creo que por mi cara de off side. Decía lo que no sabía decir, una especie de excusa sin sentido. Se acercó despacio pero constante, me miró hasta el final de la distancia y me besó. No respondí su beso, solo me quedé quieto, sin saber que hacer. Me agarró con las dos manos y me besó con más pasión. Me dejé llevar por la pasión. Sentí su cuerpo con las manos, su espalda, sus glúteos.
––Vamos a la pieza ––le dije entre besos.
Dudó, una vacilación que tenía un destino en la respuesta, otro en la ausencia de la palabra.
––Es que… Raúl, nunca hice esto ––dijo de repente.
––Yo tampoco ––dije comprensivo––, quiero decir, con alguien como vos… tan joven.
Y nos besamos otra vez.
––Quiero hacerte el amor ––le dije a los ojos.
Sonrió de vergüenza. Me miró y suspiró.
––Yo también ––dijo antes del beso que destruyó las palabras.
Bajamos la escalera besándonos. Entramos a la pieza besándonos. Mi cuerpo cayó sobre el suyo que estaba de espaldas. Nos sentíamos más seguros encerrados en las paredes. Los deseos dominaron nuestras mentes.
Mis manos descubrieron su cuerpo. Saqué su remera, inmediatamente su pantalón. Besé su cuello, el descenso por la espalda hasta su cintura, la curvatura de sus glúteos, su bombacha de encaje rosa que cubría el delirio. Su cuerpo era mío, se había entregado completo a mis deseos. Pero su primera vez. La reflexión en medio de la locura. Detuve la intensidad de mis besos, como si hubiese detenido el tiempo, ascendí despacio hasta ponerme de costado, miré sus ojos y nos besamos.
––Vayamos despacio ––dije acariciando su cintura.
––Si… ––dijo besándome.
Llevé mi cuerpo sobre el suyo. Nuestras miradas quedaron enfrentadas, pero por poco tiempo. Deje caer mi boca otra vez. Sentir el sabor de su piel, de su cuello, sus pezones, el abdomen que se contraía por la sensación. Lentamente saqué su bombacha, ascendí por sus piernas hasta llegar a lo más oculto de su cuerpo. Mis labios despertaban sus deseos, destruían el silencio con gemidos tiernos. Jugué con mis labios, me abrí paso con mis dedos. Me tomó del pelo con fuerza. Ascendí hasta encontrar su boca nuevamente.
––Eso me gusta mucho… ––dijo refiriéndose al movimiento de mis dedos dentro de su cuerpo––. Todas las noches pensaba en vos ––me confesó entre gemidos––, en este momento…
Nos besamos. Alejé mis dedos, me coloqué encima de su cuerpo.
––¿Tenés preservativos? ––interrumpió.
––Si… tengo ––dije.
Nada se había perdido. Por fin me abrí paso a través de su cuerpo. Sus ojos se abrieron, sintiendo la penetración, ese primer intento, esa primera sensación de placer, presión, dolor; el antes y el después. Poco a poco todo se volvió deseo, el deseo de la imaginación. Hacíamos el amor con furia, lentamente, nos besábamos.
––¿Te gusta? ––le pregunté.
––¡Si! Raúl… no pares.
Y no lo hice. Sentí su orgasmo, fue demasiado intenso. Su cuerpo tembló, con un terremoto interno, y después se derrumbó, su cuerpo quedó estático. Detuve mis movimientos, miré sus ojos cerrados, miré su cuerpo, acaricié su cara. Lentamente abrió los ojos, me miró y sonrió.
––¿Estás bien? ––pregunté.
––Si… ––contestó.
Me fui de su cuerpo despacio, la despedida, el camino inverso al placer. Me acosté boca arriba y dejé que su cuerpo cayera sobre el mío.
––Fue hermoso… ––dijo con los ojos cerrados.
Nos quedamos en silencio. Yo sentía el fastidio de la cosa a medias, pero sabía que tenía que ser así. Me saqué el preservativo y lo dejé sobre la mesita de luz. Me miró detenidamente y sonrió.
––¿Vos no llegaste? ––preguntó.
––No ––dije sonriendo––, pero esta bien. Lo importante sos vos.
––Ay, Raúl. No es así.
Me empezó a besar. Puso su cuerpo encima de mí y empezó a descender sus labios. Lentamente llegó a mi abdomen.
––No hace falta ––dije agarrando su pelo.
––Si… pero yo quiero.
Acepté con una sonrisa. Al soltar su pelo su boca buscó esa fantasía, esa otra fantasía. De apoco su boca descendió, abarcó todo mi placer. El movimiento esperado, el ascenso y descenso a través de la sensación, su boca húmeda, caliente, su lengua que se movía impredecible; placer.
Le gustaba como a mí. El placer alcanzaba su nivel máximo.
––Voy a terminar ––advertí.
Aceleró los movimientos. Sus ojos cerrados. Sentí mi orgasmo en su boca, la materialización del placer en su boca, el sabor del deseo y la perversión deseada. De apoco los movimientos se detuvieron. Se alejó despacio, alejarse del placer que ya estaba lejos. Con vergüenza fue hasta al baño. Volvió como si fuese otra persona, más madura, más mía. Se acostó sobre mi pecho, suspiró, sonrió y me besó.
––¿Te gustó? ––preguntó.
––Y encima lo preguntás.
––Es tarde, ya. Tendría que irme.
––Si… demasiada física por hoy.
––¿Qué quiere decir eso?
––Nada, dejá…
Se vistió lentamente. Besé su cintura por última vez. Era de noche. Desnudo fui hasta la puerta. Le abrí y me escondí de la calle. Sonrió, me besó y se fue.
A la noche la electricidad se cortó. No me importaba. Me quedé dormido al poco tiempo. A la mañana fui a caminar porque la ausencia de electricidad no permitía las distracciones habituales de la comunicación. Al mediodía era lo mismo. Pensaba en nuestro encuentro. Después de comer la luz volvió y adelanté cosas del trabajo que empezaría la semana entrante. Sin pensarlo se habían hecho las cuatro de la tarde. Sonreí al pensarlo. Fui hasta el patio de arriba y miré hacia abajo. Ahí estaba, pero todo era diferente.
miércoles, 11 de febrero de 2009
Los paisajes (I parte)
Llegué como todo visitante: atareado por los ruidos de la ciudad que dejaba atrás, por los tiempos que no alcanzan. Llegué y enseguida quise conocer todo. Sabias fueron tus palabras al hacerme entender que en ese lugar ––en esos refugios–– era mejor aletargar el tiempo, dejarlo fluir, dejar de correr, mirar y querer.
Y llegué con la tarde, de Este a Oeste, como corriendo al sol, como si quisiera que el día no terminase jamás. Pero apenas llegué a ese lugar ––a esos refugios–– perdí de vista la estrella que a todo le da forma. Pero los soles artificiales se prendieron de apoco y no hubo nada que envidiarle al día.
La luna estaba celosa. Como siempre que escapo. Después de una ducha más que necesaria salí a recorrer la zona, siguiendo tu consejo. Llegué a la zona donde se anunciaba la llegada a los paisajes. No había que pagar entrada, no había nadie más que yo. Caminé despacio, con la mirada expectante, con los ojos impacientes.
Me detuve en la comisura de tus labios. Los observé de lejos, después de cerca, después pregunté si podía tocarlos y me dijeron que si. Eran suaves como se los veía; las mismas sensaciones en mis ojos y en mis dedos.
Caí muy rápido por tu cuello. Me detuve en esa especie de precordillera de tus clavículas, a lo lejos la destrucción de la línea del horizonte. Las alturas que parecían inalcanzables, el anhelo de querer llegar al límite. Llegar. Detenerme en lo más alto. Disfrutar del aire puro. Disfrutar de cómo se veía tu boca a lo lejos. Y darme vuelta, mirar hacia el Sur. La caída precipitosa, la llanura, el mar.
Perfección. Bajar con cuidado, porque cuanto más alto más dura la caída. Pero ningún riesgo. Y volver al nivel de tu mar. Atrás tu imponencia. Caminar por la llanura. Un desierto hermoso. Llegar al lago; ombligo de mi mundo. Agua cristalina, profundidades casi eternas. Pero ningún temor nadar en él. Salir y seguir caminando. Tu vientre, las orillas de tu mar. Y resultó hermosa la tempestad. Las olas que golpeaban con fuerza. Parecía que el suelo se estremecía a medida que entraba en tu océano personal, en tu decisión de último momento.
Mojarme en tu mar, mezcla de deseos y sal. Sumergirme por completo antes de que la ola se desplomara sobre mí. Volver a la superficie. Y esas ganas de irme nadando, de no volver. Salir a la orilla. Secarme con el tiempo. Sonreír, y volver al mar.
Pero el tiempo se había acabado, y resultaba gracioso, porque el tiempo se acumula en años, en experiencias de vida; el tiempo no se acaba, aunque esas fueron tus palabras. Volver a la realidad, allá a lo lejos, volver de Oeste a Este. Pero la certeza de volver ya era una realidad, y más habiendo tantos paisajes por recorrer. Bajar hasta las profundidades de tus piernas, y ese mundo mágico que se ocultaba del otro lado, en tu cintura y en tu espalda.